Buenas tardes, antes que otra cosa, deseo agradecer a los organizadores la invitación para participar en este evento, que me va a permitir compartir con ustedes algunas de las reflexiones que se suscitaron a raíz de esta experiencia inédita e inesperada de confinamiento.
Mi participación consistirá en compartir la experiencia que tuve en el semestre anterior como profesora del área de Talleres y es que a partir de esta experiencia inicié un trabajo de investigación que se encuentra en proceso; de modo que las expresiones que voy a compartir se encuentran en una fase de análisis, dan cuenta de algunos sucesos que muchos de nosotros hemos observado de alguna manera, sucesos que ya son conocidos pero quiero que ahora los veamos desde la voz de los estudiantes y he querido darles a ellos participación en este espacio porque finalmente es con ellos con quienes adquiere sentido nuestra actividad docente.
Para poder hablar de mi experiencia en el semestre pasado quiero que conozcan al grupo que con el que se inició este trabajo, así que brevemente les comparto algunos datos.
Este grupo estuvo conformado por 49 alumnos. Mitad hombres, mitad mujeres. La mayoría egresó con promedio igual o superior a 8.5 de la secundaria y había realizado sus estudios en el turno matutino, en general obtuvieron más de 90 aciertos en el examen de selección e ingresaron al CCH en su primer intento, aunque la mayoría quería realizar su bachillerato en la Nacional Preparatoria. Casi todos recibían apoyo total de su familia para realizar sus estudios de bachillerato e incluso, no trabajaban. Realizaban alguna actividad física y, además, casi todos, alguna actividad cultural. Cerca de la mitad prefería leer o estudiar en textos impresos, aunque la otra mitad gustaba de hacerlo mediante algún soporte electrónico, de igual forma la mitad prefería leer o estudiar utilizando recursos electrónicos más que tradicionales. Además, jugaban videojuegos, tenían computadora en su casa y se conectaban diariamente a Internet principalmente para participar en redes sociales, básicamente en Facebook. Además de hacer y recibir llamadas usaban el celular para escuchar música. Crearon su primer perfil en redes sociales entre los 10 y los 12 años y también en esa edad obtuvieron su primer celular.
Como pueden apreciar se trata de un grupo muy afortunado, de modo que yo no podría pensar que hubieran tenido algún problema para continuar sus estudios por vía electrónica durante el periodo de confinamiento.
He querido iniciar con este preámbulo porque para hablar de continuidad académica, de resignificación de la tecnología y de las aportaciones que podemos recibir de la innovación educativa, primero tendríamos que repasar nuestra experiencia, dice Schutz que el ser humano confiere significado a sus actos a través de una mirada reflexiva “es por y mediante el acto de atención –nos dice– como se constituye la conducta significativa” (1932: 103).
La primera reflexión que quiero compartir nace de una situación que tuve cuando entregué calificaciones casi para concluir el semestre.
Uno de los estudiantes se comunicó conmigo vía WhatsApp para decirme que estaba inconforme con su calificación, porque había tenido muchas dificultades para entregar sus trabajos, se había esforzado mucho y le parecía injusta la calificación que yo le había asignado. Le dije que me explicara con más detalle las dificultades que había tenido, me dijo que no tenía computadora y le pedí que me enviara un mensaje por WhatsApp escrito o de voz; me mandó un mensaje de voz que transcribí y decía lo siguiente[1]:
Hola Maestra Buenas Tardes, soy el alumno López Pérez Manuel del grupo 222, le quería comentar de las dificultades que tuve durante el curso.
La primera que tuve fue el poderme conectar a sus clases pues yo no cuento con una computadora y el Internet que está en mi casa es muy malo, es pésimo ese Internet, entonces para poderme conectar le tenía que poner crédito a mi celular y era cosa de ponerlo cada semana porque se agotaba en las clases y tenía otras, entonces, esa fue de las primeras problemáticas que tuve.
Creo que la más grande fue el poder trabajar, entregar todos los trabajos pues en muchas ocasiones los archivos no cargaban y los documentos que usted nos mandaba no se podían abrir entonces, le pedía apoyo a mis compañeros para ver si me podían mandar pues de qué se trataba el trabajo, o apoyarme y este… Gracias a ellos lograba mandarlos pero no era la calidad que yo… que a mí me hubiera gustado entregar pues, el trabajar con la aplicación que tiene el celular o que descargué en el celular para poder trabajar, este… no tiene las mismas herramientas, no tiene las mismas dimensiones y es complicado trabajar así.
Traté de… en muchas ocasiones escribir más de la cuenta, porque cuando en el celular se ve un gran texto, en computadora se hace más corto entonces, no quería que eso ocurriera y trataba de realmente escribir mucho, hice todo ese esfuerzo, porque realmente fue un gran esfuerzo y apoyo de mi familia […]
Entonces hice todas esas acciones y todo ese esfuerzo […] sentí que ese esfuerzo no valió la pena, sentí que el gastar tanto, a lo mejor forzar la vista en poder escribir y leer todos los documentos, los archivos, todo en el celular, sentía que sí me gastaba un poco la vista y todo eso de verdad pues al ver la calificación no lo sentí gratificante entonces, solo sería eso.
Espero y me dé una respuesta…
Después de este mensaje le pedí a Manuel que me concediera una entrevista para platicar más detenidamente de los problemas que tuvo y a partir de ahí, me aventuré a invitar a otros estudiantes del grupo para que me concedieran una entrevista; logré realizar un buen número, con estudiantes con buenas y bajas calificaciones. Tengo transcritas casi todas las entrevistas y seleccioné solo un par de fragmentos para conversar con ustedes el día de hoy.
Una de las primeras cuestiones que pude apreciar y que a estas alturas carece de originalidad es que esta situación visibilizó la desigualdad entre esos estudiantes que parecían ser tan homogéneos, se trata es cierto, como dice Bartolucci –en el caso de este grupo– de una minoría que ha tenido el privilegio de cursar estudios universitarios” (Bartolucci, J. 1989, 65). Una minoría selecta que logró escabullirse entre los peldaños de la pirámide escolar, hazaña que la mayoría de jóvenes mexicanos –en general con mayores desventajas económicas y socioculturales– finalmente no pudo consumar. Sin embargo, entre estos estudiantes, “esos jóvenes afortunados”, también existen diferencias que revelan desigualdades. Nada que ver con las desigualdades que se revelan entre jóvenes que estudian sus bachilleratos en otras modalidades, pero estas son, desigualdades, al fin.
Manuel me comentó en entrevista que su papá no le ayudaba económicamente para los gastos de la escuela, que era su abuelito quien le proporcionaba 200 pesos a la semana para cargar a su celular; me comentó también que tenía un problema ocular, pues un músculo de sus ojos no se había desarrollado suficientemente.
Cuando Manuel me dice: “realmente fue un gran esfuerzo y apoyo de mi familia […] sentí que ese esfuerzo no valió la pena, sentí que el gastar tanto [200], a lo mejor forzar la vista en poder escribir y leer todos los documentos, los archivos, todo en el celular, sentía que sí me gastaba un poco la vista”, está haciendo referencia al apoyo económico que le brinda su abuelito y a sus problemas oculares.
Visto de este modo, recuperando las expresiones de los estudiantes, los problemas de desigualdad de condiciones adquieren, digámoslo así, otro sentido. Ya no se trata de un estudiante flojo que entrega trabajos mal presentados, sino de un estudiante que cumple con sus tareas académicas con los recursos que tiene a la mano, aunque no sean idóneos. Dejar de mirar las condiciones del estudiante nos lleva a presuposiciones que invisibilizan la situación en la que experimentan sus estudios, pensar quizá, que todos viven la escuela en circunstancias iguales, borrando de tajo la heterogeneidad de sus entornos y las particularidades de su vida cotidiana, tan presente hoy a través de las pantallas sean de un celular o de alguna otra herramienta tecnológica.
Por otro lado, en un trabajo previo yo había documentado que para muchos jóvenes la escuela es significada como espacio de vida juvenil y de pronto en confinamiento ese espacio desapareció, en su lugar está la sala, la cocina, el comedor, la recámara o el estudio en el mejor de los casos; el espacio escolar se trasladó al domicilio, a la vivienda, pero también se reconstituyó ese espacio de vida juvenil. Lo que he podido vislumbrar y que podemos ver en las expresiones de Manuel cuando dice:
“en muchas ocasiones los archivos no cargaban y los documentos que usted nos mandaba no se podían abrir, entonces le pedía apoyo a mis compañeros para ver si me podían mandar pues de qué se trataba el trabajo, o apoyarme y este…. Gracias a ellos lograba mandarlos”
Cuando Manuel dice esto, nos da indicios de que este espacio de vida juvenil se ha reconstituido a través de las redes sociales y de alguna manera se ha transformado. En las investigaciones de Ávalos (2007), se había apreciado que además del espacio de vida juvenil que ocurría fuera del aula, los jóvenes aprovechaban los intersticios de la clase para construir espacios de comunicación, de conocimiento del otro, de recreación, en fin, rendijitas en donde alojar espacios de vida juvenil, ahora la situación de clases a distancia me ha permitido apreciar que este espacio prevalece y se conforma a través de las redes sociales, alcanzo a mirar cómo se constituye a través de actos de solidaridad, de compañerismo, en oportunidades de recreación, en diversas formas de comunicación, de lucha, hay que decirlo, en fin, se abre todo un espectro de formas diferentes en las que se traduce este espacio tan importante en los procesos formativos de los estudiantes.
Pero también este traslado del espacio escolar al espacio doméstico se traduce en formas diferentes de experimentar la escuela, se desayuna mientras se toma clase, se trastoca la posibilidad de tomar las notas mientras ocurre la clase, ahora muchos estudiantes de los que entrevisté me comentaron que para tomar notas, algunos sí llevaban un cuaderno especial pero otros, la mayoría, no y tomaban capturas de pantalla, hacían grabación en audio o video o bien tomaban fotografías a la pantalla; pero el cuaderno dejó de existir de la forma en que antes existía, lo cual no sería grave si las anotaciones que se hacen estuvieran organizadas digitalmente en algún sitio o se registraran pistas acerca de en donde encontrar las capturas de pantalla o el ejercicio que se realizó la clase anterior y el cual (según he visto) se nombró al azar; entonces creo que vamos a requerir organizar nuestro pensamiento y nuestros recursos informativos de manera inteligente y compartir con nuestros alumnos esos recursos para aprender.
Utilicé a propósito la frase “esos recursos para aprender” en lugar de “esos recursos de aprendizaje” porque siguiendo a Kalman (2019), aprender es un verbo[2], aprendizaje un sustantivo, un verbo es fundamentalmente una acción que se adecua al contexto, a la persona, al número, es maleable; el aprendizaje es una entidad fija, un objeto, algo inerte, algo terminado.
Pensar en estos “recursos para aprender” nos lleva a pensar, siguiendo a Jonassen, (Jonassen, 1998) en el uso de las herramientas tecnológicas en tres sentidos posibles: 1) apoyando el desarrollo de ejercicios mecánicos, 2) utilizándolas como recurso para el despliegue y transmisión de información y 3) empleándolas como herramientas de la mente o mind tool, lo cual implica reconocer, en sus palabras, que la inteligencia está en el usuario y no en la máquina.
Pensar de esta manera el papel de las herramientas tecnológicas en el aula supone en sí mismo un uso constructivista y social de la tecnología, exige que sean los jóvenes usuarios directos de la tecnología para representar conocimientos, interpretaciones y formas de significar; o bien para diseñar objetos culturales y compartirlos y no que sea el maestro quien interprete el mundo y se asegure de que sus estudiantes lo entiendan como él se los cuenta (Jonassen, 1998).
Los aspectos sociales e individuales implicados en este proceso de construcción colocan a los jóvenes como usuarios inteligentes y no como repositorios de información, lo cual constituye, precisamente, uno de los principios básicos del Modelo Educativo del Colegio.
Realicé otras entrevistas con este grupo y se fueron suscitando nuevas líneas de trabajo, perfilando esa experiencia de clases a distancia, recordé que una amiga mía, maestra del plantel Oriente, me había platicado que uno de sus estudiantes le había llamado llorando, diciéndole que estaba muy estresado, me comuniqué con ella y le pedí que le preguntara a ese alumno si aceptaría concederme una entrevista, él aceptó y quiero compartir con ustedes un fragmento de esa entrevista:
Santiago es un alumno de diez, de muy buenas calificaciones, que cursaba el cuarto semestre en el plantel Oriente.
Me dijo Santiago: “…siento que era mucho trabajo, mucho trabajo tanto para ella, como para nosotros, entonces tomábamos más tiempo de lo que debíamos y por lo tanto mis jornadas escolares se volvían más largas, yo me levantaba a las siete de la mañana y ya me acostaba como a la una o dos, terminando de tomar las fotografías y todo eso, más cuando eran los días de envío, porque ¡ay no!, ¡sí me costaba!, otra de las dificultades que tuve fue que mi teléfono ya llevaba con él desde el último año de la secundaria, desde tercero […]
Entonces, un día tenía que entregar un trabajo de Matemáticas también, de Matemáticas y de Física y se me descompuso, ya no quiso agarrar, entonces pues en mi desesperación empecé a llorar de tan estresado que estaba, ya había terminado el trabajo, pero cómo lo enviaba, si necesitaba enviar fotografías, entonces ya, como yo tenía un ahorro, ese día me fui a comprar un celular, pero las tiendas estaban cerradas y me dijeron que solamente había compras en línea, pero que el dispositivo me iba a llegar en tres días, entonces estuve buscando en tiendas, en tiendas y al final encontré una que estaba abierta, que pagué un poco más de lo que valía el celular, pero todo sea por entregar el trabajo …Sí, sí lo pude enviar, terminé bien tarde pero sí, si lo envié todo, ese día eran 125 fotos de un libro de Matemáticas y un video de la otra materia, así que tuve que editar y todo eso, pero lo logré (S, Ote, 4º.)
En este caso, también se evidencia una situación ya conocida, pero, yo he querido que la recordemos a partir de la voz del estudiante ¡imagínense! ¡Ciento veinticinco fotos!: se trata de la tendencia a saturar de tareas, asignar tareas que requieren tiempos, ritmos, capacidades económicas y procesuales a veces muy elevadas. Tareas muchas veces desarticuladas y sin sentido, tareas en las que se pensó poco acerca de las condiciones en que se realizarían. Y que también nos ponen en jaque a nosotros a la hora de evaluar.
Esto me lleva a pensar también en la necesidad de identificar los propósitos curriculares sustanciales, no los mínimos sino los importantes para lograr lo que se ha llamado un aprendizaje ejemplar (Weiss, 2007), ese que logramos incorporar, hacerlo parte de nuestro cuerpo, del que logramos apropiarnos, hacerlo propio para después poderlo replicar en otras condiciones afines, parecidas, de alguna manera vinculadas a eso que aprendí a hacer bien. En pocas palabras que sea útil para participar en actividades que me implican en procesos sociales y culturales, que son útiles en el momento de tomar decisiones de uso real, que es cuando adquiere sentido el aprender.
En una experiencia que tuvimos en el Laboratorio de Educación, Tecnología y Sociedad (LETS) en el Cinvestav, buscábamos junto con profesores de secundaria y bachillerato diseñar estrategias utilizando las nuevas tecnologías y una de las actividades que efectuábamos quienes formábamos parte del laboratorio consistía en realizar nosotros mismos todas las actividades que solicitábamos, de modo que con esa acción podíamos calibrar las limitaciones y affordances de cada actividad que proponíamos y encontrarles o no, sentido. Difícilmente solicitaríamos ciento cincuenta fotografías, si hubiéramos realizado la actividad antes de solicitarla a nuestros estudiantes.
La otra cuestión, que se aprecia en ese fragmento, se refiere a la flexibilidad; si bien Santiago tenía unos ahorros para comprar un celular nuevo, los tiempos y las condiciones del confinamiento lo pusieron al límite, es un alumno de diez, acostumbrado a cumplir a tiempo con sus tareas; todo esto me lleva a pensar que si bien es necesario mantener la continuidad en la estructura escolar: que haya un horario de clase que se respeta, que haya cierta disciplina y organización en el trabajo académico, se precisa también ser flexibles e insistir en mantener a los estudiantes dentro de la clase, pensar formas para impedir que desistan, formas de convocarlos al trabajo académico.
Como señalé en un principio, me encuentro en el procesamiento de la información, hay muchas otras cuestiones que se han revelado a partir de las entrevistas, la importancia de fortalecer vínculos en los procesos de aprendizaje, vínculos entre el profesor y el alumno, entre los estudiantes y, entre los estudiantes y el conocimiento y entre nosotros y esos procesos que le dan sentido a las actividades que realizamos en clase.
Muy particularmente se ha corrido la cortina para mostrar los otros saberes que la vida cotidiana nos demanda: Acercar la experiencia de vida a los procesos que proponemos en la escuela para aprender, en mi caso, apreciar la lectura y la escritura como recursos para participar socialmente, crear contextos que permitan a los estudiantes apropiarse de mejores formas de comprensión y expresión, resignificar los recursos tecnológicos para realizar actividades complejas que culminen en producciones culturales que den sentido a los procesos de enseñar y aprender en los que participamos en el aula, sea en forma presencial o virtual.
Tenemos frente a nosotros una oportunidad enorme para repensar el papel de la escuela y darle mayor sentido a lo que hacemos, claro, podemos correr riesgos, pero también podemos aprender de esta experiencia única, inédita, inimaginable y como dijo Dubar, (2002: 205) “Aprender de la experiencia puede definirse provisionalmente como una contra escuela: las pruebas primero y las lecciones después”.
Referencias
Ávalos Romero, Job (2007). La vida juvenil en el bachillerato. Una mirada etnográfica. Tesis para obtener el grado de Maestro en Ciencias con la Especialidad en Investigaciones Educativas. México: Departamento de Investigaciones Educativas CINVESTAV.
Bartolucci Íncico, Jorge (1989b). Posición social, trayectoria escolar y elección de carrera. Seguimiento de una generación de estudiantes universitarios. UNAM 1976 -1989. Tesis de maestría. México, D. F.: Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Dubar C, (2000). La crisis de las identidades. La interpretación de una mutación. Bellaterra (Serie General Universitaria, 15), Barcelona.
Gumperz, J., Berenz, N. (1993). Transcribing conversational exchanges. En Jane, A. Edwards y Martin Lampert (eds.). Talking data: Transcription and coding in discourse research, 91-122. Lawrence Erlbaum Associates.
Kalman, J. (2019). Repensando el aprendizaje. Conferencia Magistral. XV Congreso Nacional de Investigación Educativa (COMIE). 18 al 22 de noviembre de 2019. Acapulco, Guerrero. México.
Schütz, A. (1932) La construcción significativa del mundo social. Introducción a la sociología comprensiva, Paidós (Paidós Básica 67) (Trad. al castellano 1993), Barcelona.
Dra. María Elsa Guerrero Salinas
La Dra. Guerrero es Profesora Titular “C” de T. C. Definitivo en la Secretaría de Planeación del Colegio de Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México. Es doctora y maestra en Ciencias con Especialidad en Investigaciones Educativas por el Departamento de Investigaciones Educativas de Cinvestav. Ha desarrollado diversos trabajos de investigación sobre la relación juventud-escuela y muy recientemente otros, sobre el uso de las nuevas tecnologías en el aula, particularmente en asignaturas afines al Español y las Ciencias Sociales.
Imparte la materia de Taller de Lectura, Redacción e Iniciación a la Investigación Documental a nivel bachillerato y ha dictado cursos sobre Investigación educativa a nivel licenciatura y posgrado. Ha participado como conferencista sobre sus líneas de investigación en diversos eventos académicos nacionales e internacionales.
Es coautora de dos libros sobre la relación juventud – escuela, ha publicado artículos sobre esos temas en revistas nacionales e internacionales y ha participado en congresos nacionales e internacionales con ponencias sobre sus líneas de investigación. Ha dirigido gran cantidad de tesis de licenciatura y posgrado a propósito de diversas problemáticas educativas considerando los distintos niveles escolares y fenómenos educativos extraescolares y ha participado como jurado en numerosos exámenes profesionales y de grado. Asimismo, se ha desempeñado como dictaminador de libros para su publicación, de artículos en revistas especializadas y de ponencias en Congresos de Investigación Educativa. Es miembro del Laboratorio de Educación, Tecnología y Sociedad (LETS) del DIE/Cinvestav.