Tratando de seguir la temática propuesta para esta mesa, dividiré mi participación en tres partes:
a) El fenómeno de la pandemia.
b) La importancia de una información rigurosa y oportuna.
c) Implicaciones para la vida escolar.
a) El fenómeno de la pandemia
A finales de diciembre de 2019 China notificó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre casos atípicos de neumonía procedente de un virus desconocido, en ese momento el conocimiento al respecto era escaso por no decir inexistente. Sin embargo, unos meses después ya sabíamos algo más, pero muy poco. Los medios informativos trataron este hecho como una simple gripe.
Pero no era una simple gripe, el mundo se enfrentaba a la pandemia más importante de la humanidad, al menos del último siglo. La reacción de la sociedad ante este hecho ha seguido un patrón; hemos pasado de una fase inicial de incredulidad a una fase de negación para, finalmente, aceptar la nueva realidad. Este patrón o “curva de transición emocional” es descrito por el modelo Kübler-Ross, el cual expresa que el paso por estas fases es progresivo y depende de la capacidad de adaptación del sujeto.
El modelo Kübler-Ross plantea o la planteaba hasta la pandemia actual, que “nos hemos sometido a un verdadero atropello emocional. Todos hemos sentido ansiedad, temor, mal humor, esperanza, pero sin ningún orden lógico o secuencial, sino que ha sido de una forma agregada y simultánea. Hemos vivido todas las emociones existentes y todas ellas a la vez”.
La humanidad esta aterrorizada, o descrito de mejor manera por Ignacio Ramonet en su artículo <La pandemia y el sistema-mundo> “La humanidad está viviendo —con miedo, sufrimiento y perplejidad— una experiencia inaugural. Verificando concretamente que aquella teoría del <<fin de la historia>> es una falacia. Descubriendo que la historia es, en realidad, impredecible. Nos hallamos ante una situación enigmática. Sin precedentes.
Acudimos a una extraña representación de cómo el mundo es a final de cuentas un sistema, todos estamos encerrados. Es una cuarentena mundial. En nuestro país se pasa de unos cuantos casos
importados sin riesgo (aparentemente) de trasmisión local a los brotes descontrolados con un crecimiento exponencial. Sucediendo algo parecido con las recomendaciones y políticas para enfrentar el problema. Pasamos por descartar el uso de cubre bocas (sugerido por la OMS y los respectivos gobiernos) a que de repente sean obligatorios para salir de casa en algunos países y en otros, como en México, a nivel de sugerencia.
Los gobiernos pasan de recomendar hacer vida normal y evitar aglomeraciones en espacios cerrados y días después a confinarnos, al cierre de comercios y paralizar las actividades no esenciales. Las ciudades están desiertas, no hay movimiento ni de peatones ni de autos. Pasamos del “no podemos hacer nada” al “podemos aplanar la curva”. Sin embargo, ya han transcurrido varios meses y no sabemos lo suficiente para combatirla eficazmente, a pesar de que ya se habla de una vacuna, lo que levanta el ánimo, pero de manera incipiente.
La humanidad no ha conocido una pandemia como la que nos azota, tan fulminante y letal. A pesar de saber que en los humanos hay 7 tipos de coronavirus conocidos que pueden infectarnos. Cuatro de ellos causan diferentes tipos de resfriado común. Los otros tres de aparición reciente pueden ser letales, como el SARS aparecido en 2002, el otro es el MERS coronavirus que produce el Síndrome respiratorio del Medio Oriente aparecido el 2012 y el otro es el que nos está matando el SARS-COV-2, que produce la nueva enfermedad Covid-19.
Del SARS-COV-2 el huésped original es un animal, el huésped intermedio es probable que sea el Oso Hormiguero (Pangolín). Su letalidad es que se irradia de manera silenciosa, no levanta sospecha alguna, cuando comienza a haber síntomas (cuando los hay) el paciente ya está infectado, y la lucha por erradicar al virus ha sido a costos muy altos.
En el caso mexicano la pandemia ha puesto al desnudo muchísimos males estructurales “construidos” con empeño y dedicación por décadas de parte de los gobiernos priistas y panistas. Por ejemplo, por citar algunos, en estos aciagos momentos el abandono de nuestro sistema de salud nos está pasando factura, así como el siniestro sistema alimentario de la población en general, y no digamos el alto porcentaje de la población con alguna enfermedad mórbida (hipertensos, diabéticos, obesidad, males cardiacos) que los hace más susceptibles de contagiarse y de sucumbir.
Queda el aniquilar el egoísmo y mandar al diablo el miedo, esta es una enfermedad social, se requiere de nuestra responsabilidad con nosotros y con los demás, como decían los viejos para enfrentar este virus el jabón y la máquina de coser.
b) La importancia de la información rigurosa y oportuna
Resulta que es lógico sentir confusión ante una situación completamente desconocida. Sin embargo, muy pronto lo sorprendente ha sido el tratamiento que los medios de comunicación fueron haciendo del tema. En Europa, a pesar de las noticias que llegaban de China desde hacía semanas y de que tanto la propia OMS como la CIA habían lanzado serias advertencias semanas antes, era muy frecuente que todos los medios de comunicación asociaran el COVID-19 a una pequeña gripe estacional.
Sin embargo, los medios optaron por eliminar lo de pequeña gripe para añadir que <sólo afecta a gente con serias patologías previas> eso hasta observar el colapso en muchos hospitales, la saturación de las UCIs, la falta de respiradores y los altos índices de letalidad en aquellos infectados sintomáticos, los cuales son un bajo porcentaje del número de infectados.
Ante esta realidad, los medios optan por cambiar radicalmente su enfoque, le dan al virus el tratamiento de una peste. Esto después de ver que no solo los ancianos con un sinfín de patologías previas eran ya los únicos vulnerables, también lo eran la gente joven y sana. El virus pasa de ser una emergencia solo en China y concretamente en la provincia de Huabei, a ser declarada una pandemia mundial, pasó en unas cuantas semanas a ser una emergencia sanitaria de proporciones universales.
Es conocido que las noticias falsas viajan más rápido que las verdaderas o, dicho de otra manera, se difunden a mayor velocidad. La pandemia ha sido campo fértil para esparcir noticias falsas, una nueva enfermedad, un encierro que limitaba las posibilidades de saber más sobre la misma, acrecentando la incertidumbre y el miedo.
El incesante bombardeo de noticias y mensajes de idéntica matriz, bien estructurados, difundidos por alguien conocido, y también por otro y otro cercano, provocaban que diera uno por cierto esa información, condición que cumplen muchas Fake news. El enorme volumen de información de este corte que nos llega por diferentes vías es lo que la OMS llama la Infodemia, “volumen masivo, desbordado incontrolado de información, la cual puede ser cierta y falsa a la vez, propagándose simultáneamente”.
Las redes sociales se han convertido en el principal motor tanto de interacción social como de consumo de información dentro de sociedades cada vez más digitales. Incluso el mismo formato en el que las redes presentan la información está optimizado para una exposición a gran escala por parte de los usuarios, utilizando diversos elementos que hacen atractivas, llamativas y pretenciosas las noticias, con una información intencionalmente sesgada, lo que va contribuyendo a diluir las ideas propias, creando corrientes de opinión que se vuelven cajas de resonancia y polarizan más a los ciudadanos.
Hay muchos ejemplos de Fake news, como las teorías conspirativas de: USA vs. China, China vs. USA. Otra, que el SARS-CoV-2 fue creado por Bill Gates. De ahí la necesidad de verificar la información a través de plataformas gratuitas y de saber leer entre líneas, checar las fuentes etc. Esta es a mi entender una tarea del ámbito escolar. En la escuela debemos enseñar a leer a nuestros alumnos las noticias, a interpretar gráficas, porcentajes y demás.
c) Implicaciones para la vida escolar
La pandemia frenó al mundo, el parón fue gradual; primero China y algunos países asiáticos, después los países de Europa, América y en México el 20 de marzo es declarada la cuarentena. Las actividades humanas no esenciales se paralizaron, y a más de siete meses el mundo sigue en semáforo rojo, salvo honrosas excepciones. Las economías de todos los países y regiones se han desacelerado peligrosamente, toda actividad lo resiente.
En este contexto, la educación también se ha detenido desde el mismo día en que se declaró la cuarentena. En la UNAM desde ese 20 de marzo estamos varados, concluimos el periodo escolar 2020-2021 con clases a distancia e iniciamos el nuevo año escolar 2021-2022 el 28 de septiembre, con clases a distancia y lo más seguro es que así concluyamos el semestre, si no es que todo el año escolar bajo esta modalidad, clases no presenciales.
Un lugar común es <nadie estaba preparado> pero es cierto, cuando se presentó la crisis ni las instituciones ni los individuos, nadie estaba preparado para hacerle frente. Sin embargo, la lección para el futuro es no esperar a que otros se hagan cargo de tomar medidas precautorias, sino asumir las responsabilidades que nos corresponden como ciudadanos y como instituciones.
Otro lugar común es que las crisis —ambientales, políticas, de salud, etc.—, acentúan las desigualdades sociales y afectan en mayor medida a los más vulnerables: mujeres, niños, viejos, enfermos.
Han sucedido cosas impensadas, por ejemplo: la escuela ha tenido que ir al hogar. El hogar es lugar de morada, pero también es escuela y es oficina. Esta situación tiene enormes implicaciones, la mayoría para mal.
En el Colegio, de los cinco planteles, cuatro se ubican en zonas marginadas o menos favorecidas desde el punto de vista socioeconómico. El 70% de nuestros alumnos pertenece a familias de bajos ingresos. La pandemia ha hecho que afloren las carencias de muchos de nuestros alumnos: no tienen una buena conexión a internet, sus dispositivos son obsoletos o funcionan parcialmente y el entorno doméstico no favorece ni cuenta con las condiciones mínimas para participar en clases en línea, hay ruido excesivo, muchos alumnos toman la clase en medio de conversaciones familiares o actividades propias del hogar.
Tampoco hay forma de asegurarse de que los alumnos atiendan la clase, a menos que el profesor adopte una actitud policiaca, lo cual tiende a dañar la relación profesor-alumno. La pandemia nos refleja la desigualdad y en estas circunstancias dar clases se convierte en un enorme desafío de equidad educativa.
Trabajar en esta situación desventajosa para muchos de nuestros estudiantes puede tener consecuencias que alteren la vida de los alumnos más vulnerables.
La brecha digital en vez de estrecharse se puede ampliar y profundizar retrasando el aprendizaje.
Las clases virtuales o clases a distancia requieren la flexibilidad y el reconocimiento de que la estructura de lineamientos y procedimientos de una escuela no es replicable en línea, como lo afirman varios investigadores educativos como Noah Burguetti.
La pandemia no nos trajo la crisis en la educación, antes de ésta el sistema educativo ya estaba en crisis. Lo que uno pudiera impulsar es un cambio en el sistema educativo, al menos en nuestra institución. Y este cambio deberá iniciar ahora, sobre todo de parte de nosotros los profesores, sería una verdadera catástrofe si después de esta pesadilla los individuos y las instituciones siguieran procediendo como antes.
Sin embargo, a todos estos inconvenientes es necesario considerar el problema que a mi entender es el más grave, el confinamiento en el que todos nos encontramos, pero afecta más a los niños y a los jóvenes, y estos últimos son nuestros alumnos.
El Colegio tiene más de 60, 000 alumnos, de los de primer ingreso sus edades oscilan entre 14, 15 y 16 años, personas que requieren atención muy específica en la esfera emocional. Ellos no han estado en la escuela, prácticamente no la conocen ni a ésta ni a sus compañeros.
Es sabido que la escuela no sólo es un lugar de aprendizaje, sino también de socialización y no se pueden entender por separado; se aprende en el salón, pero también en los espacios de reunión. Atender toda la esfera afectiva es de suma importancia y no es que nos convirtamos en terapeutas, pero si debemos estar al tanto de esta situación para apoyarlos y ayudarlos a pasar este mal momento que vivimos.
El rezago educativo que la pandemia inevitablemente provocará no debe ser ignorado o minimizado y las instituciones están obligadas a estructurar programas efectivos y no simulados que atenúen esta situación. Quizás lo más importante me parece que es el hecho de que nuestros alumnos no deserten, que no se fuguen del sistema educativo, porque esto sería catastrófico.
Deseo que después de la pandemia el mundo no sea el mismo, al menos nosotros convencernos de pugnar por un mundo menos injusto, menos desigual y ecocida. “No volver a la normalidad porque la normalidad es el problema, nos trajo la pandemia”.
Ing. Miguel Ángel Rodríguez Chávez
Originario de la CDMEX, es licenciado en Ingeniería Civil facultad de Ingeniería de la UNAM, Estudió y acreditó el Sub-Programa B para el ejercicio de la Docencia CISE/CCH/UNAM, tiene estudios de Antropología Social en la ENAH, estudios de Maestría Educativa por la UACPyP/CCH/UNAM. Es docente del CCH (Plantel Oriente) desde 1974, ha impartido clases en UPICSA/IPN y en el Colegio Madrid. Ha participado en diferentes comisiones honoríficas: Miembro de la Comisión Dictaminadora de Matemáticas Plantel Oriente, Miembro y presidente del Consejo Académico de Matemáticas del CCH, Participante por Oriente en el Congreso Universitario de la UNAM. Secretario General del CCH. Ha ocupado diversas responsabilidades académico-administrativas: Jefe del Área de Matemáticas (Plantel Oriente), Director del Plantel Oriente en dos periodos, Secretario General del CCH. Actualmente es profesor ordinario de carrera Titular B en el Plantel Oriente.