Una revisión del Colegio de Ciencias y Humanidades a varias décadas de distancia nos permite destacar aspectos valiosos de su fundación y de su vigencia a través de todos estos años. Uno de ellos es la idea de permanencia relacionada con el hecho de que somos un bachillerato universitario —adscrito a la Universidad Nacional Autónoma de México— y, por lo tanto, formamos parte de una institución de prestigio internacional que nos vincula y da identidad; nos nutrimos de su naturaleza y de toda su infraestructura y con orgullo reconocemos el prestigio de hombres y mujeres que han destacado en diversos ámbitos del conocimiento, la cultura y el deporte.
Las nuevas generaciones, tanto de alumnos como de profesores, que ingresan al CCH, deben saber y tener muy presente nuestra pertenencia a la UNAM y lo que ello significa en cuanto a derechos y obligaciones. También es importante asumir nuestras diferencias y los rasgos que hacen del Bachillerato del CCH algo único y distinto al de otras instancias de educación media superior.
El modelo educativo del CCH —que se da a conocer en 1971 y continúa vigente hasta la fecha— se define con tres rasgos fundamentales, orientados a la formación de los alumnos:
1. Es un bachillerato universitario.
2. Fomenta una cultura básica.
3. Promueve que el alumno sea sujeto de la cultura.
Uno de sus puntos innovadores es precisamente la noción de cultura básica, adquirida a través del principio de “aprender a aprender”, lo que convierte al alumno del CCH en sujeto activo del aprendizaje, con lo que se marca una clara oposición a la formación enciclopédica, propia de otros sistemas educativos.
Desde la fundación del Colegio, el profesor adquirió nuevas características: ya no es el responsable de dictar cátedra, deja ese lugar de alturas intelectuales y se sitúa al lado de los alumnos para convertirse en guía del proceso educativo.
En 1971, la mayoría de los entusiastas maestros con los que se echó a andar el Colegio éramos muy jóvenes, así es que no tuvimos ningún trabajo en inaugurar ese perfil de “profesor orientador”. Los alumnos nos hablaban de “tú” y en ningún momento sentíamos que nos faltaban al respeto, ese lo ganamos entonces y lo seguiremos fomentando cada año a través de la calidad de nuestras clases.
Desde la experiencia que me confieren 42 años de labores en el Área de Talleres me atrevo a rememorar los primeros años de trabajo en el Colegio, en los que, sin exagerar, tuvimos que “picar piedra” para llegar hasta donde estamos ahora. Ese fue el inicio de nuestro crecimiento.
Entramos al CCH después de hacer un curso muy general sobre las materias de nuestras respectivas áreas y sus contenidos. En Talleres, como la mayoría éramos egresados de la Facultad de Filosofía y Letras (algunos, pasantes o con Licenciatura; escasos, los que tenían un posgrado), no le tuvimos temor a enfrentarnos con la materia destinada a la literatura, que como consta en el Plan de Estudios de 1971, se organizó así:
Primer semestre: Taller de Lectura de Clásicos Universales; segundo semestre: Taller de Lectura de Clásicos Españoles e Hispanoamericanos; tercer semestre: Taller de Lectura de Autores Modernos Universales; y, cuarto semestre: Taller de Lectura de Autores Modernos Españoles e Hispanoamericanos.
No había programas operativos y los tuvimos que construir en equipos de maestros y compartir lecturas y comidas. Dos horas de la materia de Taller de Lectura a la semana requerían de una atención a 15 grupos, si deseábamos tener 30 horas de clase y a 10 grupos de Taller de Redacción y Técnicas de Investigación, para completar también 30 horas.
Las otras materias básicas de Talleres para los cuatro primeros semestres fueron Taller de Redacción I y II (primero y segundo semestres) y Taller de Redacción e Investigación Documental I y II (tercero y cuarto semestres). En este grupo de materias, las cosas no resultaron sencillas para los jóvenes profesores y tuvimos que preparamos, buscar bibliografía y la asesoría de algunos maestros de la Facultad que, en eso de cómo enseñar la materia de Redacción, sólo nos daban orientaciones básicas, por no decir genéricas, que no nos servían de mucho.
Hago la anterior remembranza, porque en 1971 se empezaron a formar los maestros del CCH, estábamos muy integrados y unidos y nos preparábamos por el gusto de dar bien nuestras clases y de compartir lecturas y ejercicios. A la vez que planeábamos nuestras clases, construíamos una comunidad, la ceceachera, de la que todos formábamos parte: directivos, profesores, personal administrativo, trabajadores de los distintos departamentos. Aunque suene bíblico: en el principio éramos Uno y quiero pensar que lo seguimos siendo, pero ya no con la frescura de los años iniciales del Colegio. Ahora somos más formales, sin que esto sea una crítica. Es simplemente la continuidad de un proceso de crecimiento.
De los años 70 a la fecha, se han dado importantes transformaciones en la docencia. Me referiré a situaciones específicas. Hemos implementado nuevos Planes de Estudio, que pulen con rigor las condiciones del trabajo docente; en algunos casos se ha logrado, en otros no tanto. Lo importante para mí, y lo comparto con la mayoría de mis colegas, es que en el Colegio persiste el interés por hacer las cosas cada vez mejor, adaptándonos a los cambios de los tiempos que nos va tocando vivir.
Los profesores del Colegio, desde los “clásicos” (fundadores), hasta los renovadores de la planta docente, sabemos que debemos estudiar y prepararnos de manera constante. Tenemos a nuestra disposición un amplio programa de formación de profesores y el acceso a cursos organizados en la UNAM. Es un privilegio –lo repito– ser universitario: por cantidades pecuniarias simbólicas tenemos a nuestra disposición museos, salas de concierto, de cine, eventos deportivos y otros. Todo nos forma y alimenta nuestro espíritu.
Además somos libres, ese es un rasgo distintivo de la docencia en el Colegio, podemos elegir, y lo hicimos desde los primeros años hasta la fecha; decidimos qué materias impartir, qué contenidos, qué ejercicios aplicar y con todo ello hemos construido una memoria de la que dan cuenta nuestras publicaciones, participación en foros académicos y, en años recientes, los informes de docencia. Por nuestro trabajo, hemos logrado importantes reconocimientos: tenemos voz dentro de nuestros muros y fuera de ellos, y nos orgullecemos de ese merecimiento.
Otra prueba de la proyección del Colegio está en los exalumnos que se han situado en ámbitos de reconocimiento cultural y científico. Un rasgo que distingue a estos profesionistas al ser entrevistados, es que todos valoran su formación en el CCH y recuerdan con cariño a la institución. Sitio especial es el que ocupan aquellos exalumnos que regresan al Colegio para incorporarse a su planta docente o a labores administrativas y directivas.
En síntesis, la formación docente en el CCH es una tarea de constante aprendizaje y también requiere de una gran capacidad de cambio y de amor a lo que somos: ventanas para que nuestros alumnos se asomen al conocimiento y quieran ir por más. De más está decir que el centro de nuestra labor son los alumnos, a ellos les estoy profundamente agradecida, porque cada día me motivan a prepararme y a compartir con mis colegas nuevas lecturas y comidas, como en los inicios del Colegio.
Nuestro sitio de sabiduría para hablar es el Colegio de Ciencias y Humanidades, a él le debemos nuestra permanencia y renovación y crecimiento constante.Ì