“Yo nací con la luna de plata…” y con el “alma de pirata…” el 2 de agosto del 1954 en la famosa casa de doña “Amparo del Castillo” a tres cuadras de la estación original del ADO. “Me fui lejos de Veracruz…” y de las “palmeras borrachas de sol…” A partir de entonces mi vida se desarrolla de manera inusitada y sorprendente, acompañado siempre por sueños inalcanzables pero realizables.
Crecí en la avenida Miguel Alemán a tres cuadras de la gasolinera de los “cocos”, y pude ser testigo de la construcción e inauguración de la nueva Central Camionera del Puerto de Veracruz, todo un acontecimiento para un niño de 12 años cuyos ojos se agrandaban más y más, cuando observaba el ir y venir de autobuses con destinos desconocidos.
Realice mis primeros estudios en la Escuela Primaria Francisco Javier Clavijero “caminito de la escuela…”, mejor conocida como la “Cantonal” y me transformé en un alumno a quien no interesaba su formación escolar, estaba más concentrado en las labores del campo, “allá en el rancho grande, allá donde vivía…” Elaboraba con el abuelo quesos, crema, tamales, longaniza y chicharrón, como parte de la pequeña fábrica doméstica, y en las tardes calurosas del puerto los vendíamos pregonando en las calles: “tamales de elote con carne de puerco…” De mi abuelo materno descubrí la responsabilidad, la honestidad y el amor al trabajo. “El tiempo pasa…”, mi primer viaje a la Ciudad de México fue por autobuses ADO a los 7 años, en compañía de mis abuelos maternos y de mi hermano mayor, sin saber que sería el DF mi destino final.
Entré a la secundaria a los 12 años y me convertí en un estudiante poco interesado por su futuro, “yo soy un rebelde sin causa…”, al que sólo interesaba bailar y aprender a tocar la guitarra e imitar a los artistas del “champagne a Go-Go”, “el diablo con vestido azul…”, “me tienes amarrado hay mamá”. En esa época realicé otro viaje de placer a la Ciudad de México por autobuses ADO, con mi hermano Daniel, en septiembre de 1968, con un clima político complicado, lluvioso pero muy festivo. Di el grito en el Zócalo, recuerdo un “viva México” muy ruidoso, mi cara llena de harina; al otro día el desfile terminó el viaje, al ritmo musical de “Hey Jude” y escuchando “Radio Capital”.
El destino me jugó una mala pasada: perdí a lo más preciado y cercano a mi vida, mi abuelo materno. La tragedia inundaba mi vida, solo y sin control terminé mi secundaria quedando a deber dos materias, Física e Inglés, “tocaba fondo…” Este hecho demostró a mis padres que no quería estudiar, tomaron la decisión de meterme a la milicia “y mi vida cambio…”. Al entrar a la Armada de México a los 16 años, me convertí en marino militar, “me dicen el siete mares, porque ando de puerto en puerto…” y cambié mis sueños por un barco viejo y descascarado de la Segunda Guerra Mundial; pasé dos largos años navegando en este “cacharro” “en un bote de vela…” de 300 metros de eslora. Me decían “Popeye el Marino soy…”. Mis aprendizajes en la Armada de México fueron sobre todo la disciplina, el trabajo colaborativo y la responsabilidad. Me perfeccioné en tocar la guitarra, como parte de “mi vida loca…”, y aprendí que en el “mar la vida es más sabrosa…”. Una noche de tormenta navegando entre los rayos y centellas de un cielo embravecido, las olas atravesaban el “cacharro” de lado a lado y de punta a punta. Esa noche, “tuve un sueño” que con el tiempo convertiría en realidad, decidir regresar a la escuela y a la vida civil. Cerré una etapa compleja de mi vida, valoré a la familia y la vida escolar. Me di de baja de la Armada de México, al cumplir mi contrato por dos años de soportar diez pases de lista diarios, subir y bajar escaleras, izar la bandera dos veces al día, una buena dosis de arrestos y el maldito silbidito que cala los oídos diariamente. Desembarqué en el puerto de Tampico con una alegría infinita, a mis 17 años “no soy de aquí ni soy de allá…”
Regresé a Veracruz, pagué mis materias de la secundaria y por fin ingresé nuevamente a la escuela, con la idea de estudiar y ser un hombre de bien. Pedí perdón a mis padres, “mamá soy Paquito y no haré travesuras…”; para fortuna mía, me levantaron el castigo, aun así no lo entendí y tuve otro fracaso escolar “otra raya más al tigre…” y sigue “la mata dando”.
“Flaco cansado y sin ilusiones…” me estacioné en la Aduana del Puerto de Veracruz, como Office boy. Me sentía importante por el cargo, pero en realidad era un mandadero ganando propinas por los encargos de los burócratas que laboraban en las oficinas, y al mismo tiempo aprendiendo a ser tramitador Aduanal. Después de algunos meses, “toco tierra firme…” y me convertí en empleado de una Agencia Aduanal, subí de categoría, ya no hacía mandados, ahora sólo trámites aduanales. Después de dos años de trabajo intenso e intenso calor, “cómo calienta el Sol aquí en la playa…”, solicité el permiso a mi patrón para estudiar la preparatoria de trabajadores en el turno nocturno. Después de múltiples obstáculos regresaba a la vida escolar. Ingresé a la Preparatoria, tomaba la decisión correcta y el camino que me llevaría al CCH. Decidí asumir en serio mi formación escolar, con la peculiaridad de que ahora yo me pagaba la escuela y el compromiso era conmigo mismo, “por fin me sube el agua al tinaco”. Demostraba que podía ser diferente, responsable y estudioso.
En el camino de mi formación escolar, me encontré con un profesor de Filosofía que modificó mi vida escolar, me despertó el amor por la lectura y por la docencia, De esta amistad surge la idea de estudiar Filosofía, “aunque me muera de hambre”, “digan lo que digan los demás…” Sólo curse dos años de preparatoria, me convertí en un estudiante de excelencia con un promedio envidiable de 9.8 y convencido de que tenía que seguir adelante, “caminante no hay camino, se hace camino al andar…”
Tomé la decisión de hacer mi examen de admisión a la UNAM en la licenciatura de Filosofía y nuevamente ADO me transportó a este nuevo destino que determinaría mi vida actual, “y me fui lejos de Veracruz…”. No olvido la pena insoportable de no haber recibido la carta de aceptación de la UNAM por correo, la esperé, la sigo esperando y la seguiré esperando. Viajé nuevamente a la Ciudad de México para saber mi resultado y autobuses ADO, valga el comercial, me trasladó en un viaje pesado, reflexivo e interminable. Al fin llegué a Rectoría y me informaron, para fortuna mía, que había sido aceptado, era ya un universitario “Goya-Goya Universidad…”. Era la oportunidad que esperaba y mi tabla de salvación.
Mis primeros pasos por la facultad fueron decisivos, la puerta estaba abierta, la ruta era “clara y distinta…”, sólo faltaba no bajar la guardia y continuar. Vivir en esta gran ciudad es muy difícil y más para un “provinciano trasnochado”; sin embargo, unos amigos de mi abuelo materno “me echaron una manita”, dormía en la sala de su casa acompañado del “Oso”, un perro con quien me disputaba el sofá, “quítate ya de aquí perro lanudo…”
El destino nuevamente me hizo el favor, y mi actual cuñado “se huyó con mi hermana”. “No hay mal que por bien no venga”, mis padres ya no tenían compromiso económico con ninguno de mis hermanos, las “condiciones estaban dadas”. Hablé con ellos y sobre todo con mi madre y, después de muchos intentos, decidieron “recuperar la confianza en mí”, apoyarme con la condición clara y específica de que era “la última oportunidad”. Esta confianza incluye no faltar a clases, responder al compromiso escolar, y entregar buenas calificaciones.
Pasaron los primeros semestres de la carrera, mi rendimiento escolar era aceptable, ya podía darme el lujo de pagarme un cuarto de azotea, “qué triste se oye la lluvia en las casas de cartón…” y una comida sustanciosa, gracias al apoyo económico de mis padres, producto de su trabajo en una tienda familiar. No podía fallarles a mis “jefecitos”, era mi última carta. Por fin tenía el menú completo, casa, comida y estudio; poco tiempo después, las tres comidas, gracias al apoyo de la dueña del restaurante, que me permitió ser el mesero del lugar y servir las mesas, a cambio de desayuno y comida “en una fonda chiquita que parecía restaurante…”
Aún tengo en mi memoria un aviso que me encaminó al CCH. Apareció en el “muro” de la Facultad: “Se solicitan profesores de Filosofía en el CCH Naucalpan”. Sin tener conocimiento de la historia del Colegio, me acercaba a él como un “náufrago” que encuentra una isla en medio del Océano. Realicé mi examen filtro y fui aceptado en esta noble Institución, “que me ha dado tanto…”.
Ingresé al Colegio en 1981, soy de la generación “sándwich” de los profesores que nos encontramos entre los docentes fundadores y las nuevas generaciones. Mi entrada triunfal al CCH es memorable y sobre todo a la Academia de Historia, un ambiente político intenso, que “recalcitraban los huesos hasta el tuétano”, una militancia a prueba de fuego: “Patria libre o Morir”. Todo un buen “caldo de cultivo” que tenía que aprender y sobre todo una comunidad estudiantil responsable, estudiosa, comprometida, consciente de llevar la “camiseta bien puesta”, “que vivan los estudiantes…” Este era el nuevo ambiente al que me enfrentaba y no me costó trabajo adaptarme a mi nueva situación laboral, me dieron “en mi mero mole…”, sobre todo por mis 25 años de edad.
Al principio, como todo, difícil y pesado “Ay qué pesado qué pesado, siempre pensando en el pasado…”, sobre todo las relaciones con mis compañeros maestros y con sus grupos académicos resultan ser muy complicadas, “una piedra en el camino…”, a veces imposible de cargar. Pero, si nos gustan los retos, vale la pena vivir esa adrenalina al 400%. “Los caminos de la vida no son como yo pensaba…”, los profesores con más experiencia captaban a los jóvenes, nos invitaban a trabajar, a colaborar en sus causas, algunas nobles, sinceras y otras muy maquiavélicas. ¿Cuál es el resultado en mi formación docente? “Contigo aprendí…” a elegir con sabiduría e inteligencia a qué grupo académico se integra uno, posteriormente a conocer realmente a nuestros colegas, y seguir el consejo de “los viejos lobos de mar”: “sólo se conoce a los profesores trabajando académicamente”, codo con codo y en las condiciones más difíciles con compañerismo y unidad.
Viví este ambiente colegiado los primeros 15 años. La academia de Historia se dividió y “el mundo giró”. Los caminos se multiplicaron, los vientos cambiaron, “soy como una piedra rodante…” El Colegio maduraba, uno se trasformaba en un profesor más inteligente, maduro y astuto. No bastaba la militancia, el compromiso docente era el importante, sobre todo el compromiso moral con nuestros alumnos. Responder a este nuevo contexto académico del Colegio implicaba asumir nuevos retos y mejorar el oficio con creatividad e imaginación, “no podía darme el gusto…” de permanecer estático y tenía la responsabilidad moral de responder a mi espíritu ceceachero.
El trabajo del aula con el tiempo “como la fruta madura que en el otoño cae…” rinde sus frutos, cuando uno se percata de la riqueza e importancia de la relación maestro-alumno. Ahí se ubica el espacio fundamental para generar realmente un compromiso moral con nuestros estudiantes. Mantengo vivos en mi memoria estos momentos escolares, al reconocer la potencialidad de nuestros alumnos que no “tienen qué perder, pero sí mucho que ganar”.
La recuperación de los “sociodramas” como estrategias de estudio, su incorporación a mi práctica docente resultó la “piedra de toque…” y el atractivo de mis cursos, el aula se convirtió en una gran “sala de teatro”, donde los actores principales han sido los alumnos y el profesor. Esta concepción educativa y formativa nos permite quitarnos los velos de nuestra ignorancia, nos transforma en mejores seres humanos. Este recurso pedagógico me ha hecho capaz de salvar puentes de comunicación con mis alumnos, que día a día se fortalecen y ayudan a construir un mundo mejor.
En mi tercera etapa formativa docente, “allá por el año 2000”, me llega una invitación del CAB a formar parte de una Comisión de los “Núcleos de Conocimientos y Formación Básicos que debe proporcionar el Bachillerato de La UNAM”, coordinado por el Ing. Alfonso López Tapia. Me invita a participar en los grupos de trabajo, “qué buenos tiempos aquellos”. Terminaba mis estudios de Maestría en Historia del Arte, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, “paso a pasito llegaré…”.
Mi inclinación por la Difusión Cultural ha sido permanentemente desde la licenciatura, es mi preocupación central, en especial por la formación y educación artística de nuestros alumnos. Entrar en este grupo de trabajo me permitió enlazarme con otros profesores de la “hermana” Escuela Nacional Preparatoria, “somos amigos, amigos, amigos de verdad…” Se abordó la discusión sobre el tema de la Educación Artística en ambos modelos educativos y se elaboró un Núcleo de Conocimientos en la Formación en Arte. Este encuentro académico me permitió refrescarme y conocer al célebre maestro Ismael Colmenares, alias “Maylo”. Conjuntamos opiniones y sobre todo construimos la concepción de un trabajo cultural que rebasara los salones de clases y la firme convicción de convertir esta noble labor sustantiva de la Universidad en algo más tangible y cercano a los universitarios, “entre tú y yo no hay nada personal…”.
Elaboramos en conjunto un proyecto especialmente para el Colegio, a petición del Director General del CCH, el Dr. Bazán, proyecto que consistió en dar un sentido diferente al trabajo usual de la Difusión Cultural en el CCH, “el tiempo pasa, nos estamos haciendo viejos…” Construir proyectos culturales “cercanos a la gente”, que mostraran las bondades que implica trabajar directamente con alumnos en políticas culturales que beneficien realmente a la comunidad. Así, nacen las “Redes Juveniles” como proyecto autónomo y autofinanciable. Sólo se necesitan muchas ganas de trabajar en beneficio de nuestra Universidad. La premisa fundamental es “regresar a la Universidad un poco de lo mucho que nos da”.
En mi caso personal este proyecto se cristalizó en el diseño y construcción del “Jardín del Arte” del CCH Naucalpan, en el “heroico” turno vespertino, labor que ha consistido en rescatar un espacio que sólo era un basurero y convertirlo en un bello jardín, “mi padre y yo lo plantamos…”, y al mismo tiempo en un espacio de eventos culturales, conjugando la naturaleza con la música, la poesía y la danza. Se dice fácil, pero costó “sangre sudor y lágrimas…”, aún recuerdo a mis queridos alumnos acarreando los troncos de los árboles para construir el escenario y los asientos del teatro al aire libre. Aprendimos jardinería, “yo corté una flor y llovía, llovía…”, carpintería, a manejar la herramienta, fomentando sobre todo el compañerismo. “Y en la calle codo a codo somos mucho más que dos…”. Demostramos que sin presupuesto se pueden construir los proyectos, gracias al reciclaje, las donaciones de rosales y materiales de construcción por nuestros estudiantes y muchas ganas de trabajar. Este proyecto es único en el CCH, por la manera como se concibió y la forma en que fue cobrando sentido. Su primera piedra se puso en 2007 y hasta la fecha sigue siendo un espacio sui-generis, algo digno de verse y sentir la experiencia de estar en ese lugar que antes era un basurero. “Cambia todo cambia…”
Doy las gracias a mis alumnos, colegas y colaboradores, por haber participado en este noble proyecto, sobre todo al Colegio, por brindarme la oportunidad de regresarle algo de lo mucho que me ha ofrecido. Si algo gané, es el reconocimiento de mi comunidad, por ofrecerle un espacio educativo distinto de los que existen en el plantel. “El tiempo cambió…”, las condiciones son diferentes, es uno el que se debe adaptar a los cambios y responder a los nuevos retos. En estos momentos, me encuentro en otra “misión imposible” pero realizable, me dedico a rescatar “almas perdidas”, estudiantes que no entran a clases, que se alcoholizan, se drogan, no quieren hacer nada, nada de nada, pero “esa es otra historia, como dice la nana Goya”.
Hoy nuevamente me encuentro en la TAPO a punto de abordar un ADO para trasladarme, “muy lejos de aquí…”, nuevamente a mi querido puerto jarocho, “vamos a la playa…”, por el motivo de la enfermedad de mi madre. Cada vez que la visito está más grave su situación y “sólo le pido a Dios…” que la recoja en su seno, para que deje de sufrir y pueda descansar en paz. El CCH “tú y yo somos uno mismo…”, ha significado para mi existencia amor, desamor, encuentros, desencuentros, amistades, fortuna y tristeza. A pesar de ello, me encuentro nuevamente “esperando mi camión en la terminal del ADO…”Ì
El jarocho ceceachero
septiembre 2013