Publicaciones sobre la experiencia docente del CCH

La docencia, cual capas de cebolla
Nuevos Cuadernos del Colegio Número 2


Fecha: 2013-09-18
Área: Talleres
Materia: TLRIID 1 - 4
Temática: Formación docente
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Autor(es)
Felipe de Jesús Ricardo Sánchez Reyes

Palabras clave: docencia, actualización docente, aprendizaje de profesores y alumnos, el placer de la lectura y escritura.

Te puedo asegurar que la vida está llena de capas, aromas y sorpresas como una cebolla. Después de tocar la primera, sucia, deslavada y sin aroma, supones que así estarán las restantes. Mas cuando desprendes la primera capa con lentitud, tus dedos se impregnan de un líquido fresco o savia, como la juventud con la que ingresamos de docentes, y tu olfato se inunda de un olor acre, intenso y concentrado, como nuestras primeras experiencias frente a los grupos de jóvenes y adultos del tercer y cuarto turnos de los años 80.

Cuando desprendes la segunda, tercera y restantes capas, vas desentrañando nuevos aromas, experiencias y sensibilidades, hasta llegar a la última, despojarla de su ropaje y descubrir al final que, como el alma o la esencia inaprensible del ser humano, no hay nada. Así, cual esas capas, fuimos descubriendo nuevos aprendizajes, conductas y experiencias en cada etapa docente.

¿Recuerdas cuán jóvenes ingresamos de docentes al CCH? En aquel tiempo, vivíamos el aquí y ahora, no nos planteábamos ni sabíamos si seguiríamos aquí o si nuestros pasos se encaminarían a otro lugar. Sólo nos percatamos de ello, cuando recibimos las primeras medallas de 10, 15, 20 años. Entonces descubrimos que lo que empezamos como un juego, se transformó en una profesión. Luego, con el paso de los años decidimos quedarnos aquí, maduramos y seguimos aprendiendo con nuestros alumnos. Pues el CCH nos ayudó a ser más humanos y a continuar nuestros estudios, a tener estabilidad laboral y a madurar en la vida y la docencia.

Aquí supimos qué nos resultaba satisfactorio e importante para nuestras vidas, aquí las forjamos. ¿Te acuerdas que iniciamos con mucha energía y vitalidad, pero sin experiencia docente ni de vida? Ahora tenemos esa experiencia, pero carecemos de la energía y vitalidad de entonces; hoy, como afirma Pablo Neruda, nosotros los de entonces, ya no somos los mismos, ¿no crees?

La luz y el fuego

La última vez que te encontré y charlamos, ¿recuerdas?, me preguntaste por qué, después de mis primeros años de docencia, decidí continuar en el CCH, si tenía posibilidades en otras instituciones. Espero contestar a tu cuestionamiento en las siguientes líneas.

Antes debes recordar que llegué al CCH recién salido de la Universidad, como tú y muchos otros compañeros. Apenas iniciaba el Colegio con sus cuatro turnos, la sociedad y los gobernantes pensaban que aquí acudían los estudiantes con los promedios más bajos; que su joven planta docente era poco preparada; y que la escuela era un nido de “grillos” y guerrilleros; por eso, se decía, había agentes disfrazados de alumnos.

Después salieron las primeras generaciones, inoculadas con el virus de la lectura y escritura, la investigación y facilidad para exponer, el trabajo colaborativo y su espíritu contestatario. Éstas eran las cualidades con las que salían y por las que muchas escuelas privadas anunciaban tener, entre sus planes de estudio, el plan del CCH.

En esa etapa, los estudiantes conscientes, acompañados de exiliados latinos y trabajadores en huelga, pasaban a las aulas a botear para ayudarlos, a politizar y arengar a los alumnos para luchar contra el capitalismo y transformar al país. No olvidarás que los profesores eran más combativos, los compañeros estudiantes sí creían en la transformación del país, a base de estudio, de crítica constructiva y de lucha de clases, y estaban convencidos de ello.

Mientras que ahora, como la canción infantil de los elefantes, de los cuatro turnos que tenía, nada más nos quedan dos, después quién sabe cuántos. Cada grupo fue dividido en dos secciones en los cuatro primeros semestres del Área de Matemáticas (Experimentales estuvo así desde el principio), no así en Histórico Sociales ni Talleres.

Nuestros alumnos, hijos de ex cecehacheros, ya no provienen de una familia nuclear como antes, sino monoparental, están más disgregados y se han vuelto más individualistas. Y los profesores poco asisten a las reuniones de academia, ya no se integran como antes, se preparan y buscan tener más grados, con la finalidad de obtener una plaza de carrera, pues la situación laboral se ha vuelto más difícil.

Pero, volviendo a tu pregunta, porque las imágenes y los recuerdos de aquellos años llegan en desbandada y se agolpan en mi mente, como luciérnagas luminosas, te responderé. Decidí quedarme porque el CCH, como Prometeo, me proporcionó la luz y el fuego de la sabiduría, el trabajo y el aprendizaje de vida, me liberó de las férreas cadenas del esclavo masificado. Te explicaré lo que el Colegio me proporcionó, para que no te quede duda.

Cuando llegué y firmé mi primer contrato como docente en el Colegio, nosotros, los recién salidos de la Facultad e incorporados de inmediato a la docencia, aplicábamos y enseñábamos lo que habíamos aprendido en las aulas, sin tomar en cuenta que las lecturas y el nivel cultural de nuestros alumnos no era el mismo que el de allá. En ese momento, no tuve tiempo de ver el sabio consejo de Apolo, escrito a la entrada del templo de Delfos: Conócete a ti mismo. Sólo más tarde me detuve a mirarlo y contemplarlo, comprenderlo y asimilarlo. Eso sucedió cuando adquirí la madurez.

Algo más, cuando ingresé, tampoco alcé la vista a la entrada del aula para observar otro precepto del dios apolíneo, referido a la moderación y autoridad: aborrece de la hybris o la soberbia sobre tus compañeros alumnos, propia de todo profesor principiante. En ese instante no me dio tiempo, porque iba y me sentía como un joven ateniense que entraba en el laberinto-salón oscuro, con temor y el deseo de no encontrarme de bruces con el minotauro.

Conforme pasó el tiempo y avancé en el recinto, sólo descubrí mis temores reflejados en la mirada-espejo de mis alumnos y, al final, no hallé al furioso toro, sino a mí mismo. Fue entonces cuando tuve la paciencia para alzar la vista, vi el sabio consejo apolíneo, lo comprendí y apliqué cotidianamente en el aula hasta ahora. Claro que aún hoy muchos compañeros ni siquiera se han enterado del precepto y siguen actuando de forma autoritaria con sus alumnos.

No me negarás que llegamos novatos al Colegio, tan novatos que los trabajadores no creían que fuéramos profesores, mientras que los alumnos pensaban que éramos sus compañeros de aula. ¿Recuerdas que los alumnos mayores —no olvidarás que el tercer y cuarto turnos eran para trabajadores, secretarias— entraban a los salones a darles su novatada, haciéndose pasar por sus profesores? Hasta que nos veían llegar al salón de clases y se salían corriendo y riéndose de su broma a los de reciente ingreso.

Luego entramos al aula, donde actuábamos según nuestros principios e impulsos del corazón, a falta de experiencia docente. Poco a poco y tras atender a varios grupos en un día, hicimos lo posible por dominar nuestros temores y aprendimos el máximo don de Hermes: la comunicación y la inventiva ante nuestros compañeros estudiantes.

Aquí, tú y yo aprendimos que el trabajo creativo y colectivo ennoblecía nuestra labor; que debíamos planear a solas ante el escritorio o en los seminarios de la academia; que, al fin jóvenes, debíamos tutearnos con los adolescentes, espontáneos, desinhibidos y naturales, plenos de lágrimas, risa y alegría, y crear entre ambos una atmósfera grata en el salón, para que nos resultara placentera nuestra labor y nos sintiéramos como en casa, en familia.

Llegó el momento en que, para ser sinceros y no tienes por qué negarlo, nuestra docencia avanzaba con aciertos y errores ante los alumnos, lo cual nos creaba un cargo de conciencia. Sólo más tarde, supe que no era el único, pues confirmé esta aseveración en la pedagogía y en las palabras del filósofo Hermann Broch en La muerte de Virgilio, el hombre está abocado a su misión de conocer y nada puede alejarle de ella, ni la misma inevitabilidad del error.

Los placeres y emociones

Bueno, volvamos a tu pregunta. Aquí hallé, en primer lugar, la enorme seducción y placer de la lectura. En mi carrera, leíamos a autores clásicos grecolatinos y universales, pero no la literatura que se producía en ese momento, mientras que aquí leímos a los escritores del boom latinoamericano, que me abrieron un mundo nuevo, insospechado, e incrementaron mi pasión por la lectura.

Empecé a leer las obras de estos autores y a enseñarlas a mis alumnos; todos nos introdujimos en el nuevo mundo ficticio de la lectura: discutíamos sus ideas y aprendíamos. En ese entonces surgió mi placer por la lectura de las obras de autores latinoamericanos y mexicanos, recién editados, razón por la cual más tarde estudié Literatura Iberoamericana.

Si me inicié con la lectura de los clásicos, al final, después de leer y de invertir tiempo en los nuevos, me percaté que pocos valían la pena. Por ello, aunque a veces leo a algunos escritores contemporáneos, seleccionados, volví otra vez a leer los clásicos, porque, como afirma Ítalo Calvino en Por qué leer los clásicos, clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir, el cual se lee por amor y nos dice quiénes somos y a dónde hemos llegado.

Además, porque leyendo e imitando a los grandes autores, a los pilares de nuestra cultura, se obtiene un gran beneficio, pues, como asegura Roberto Calasso en La literatura y los dioses, la literatura se vincula a la inmortalidad de la memoria que se extiende a las generaciones futuras.

En mi caso, la lectura, como asevera Harold Bloom en Cómo y por qué leer, me preparó para el cambio y el cambio definitivo es universal. Si en un principio leí para iluminar a mis alumnos, después terminé iluminado y ahora busco iluminar a mis nuevos alumnos. Además, la lectura logró que surgiera en mí la necesidad de escribir, producir para comprenderme y comprender las ideas de los otros, me reveló que la lectura y escritura son más vastas que el cielo, más delicadas y placenteras que la seda.

La mayor parte de lo más bello que leí en ese tiempo, se lo debí a un ser querido, entrañable, que me habitó con sus frases extraídas de los libros. Pues la lectura es un acto de comunicación y destilación de experiencias vitales, es como un acto de amor, íntimo e intenso, placentero y arrebatador.

En segundo lugar, me proporcionó la oportunidad de entender las emociones a través del psicoanálisis y del teatro. Leí y me acerqué por inquietud personal al psicoanálisis, que me ayudó a comprender mis emociones y las de mis alumnos. Fue la etapa en que aprendí y apliqué con ellos algunos elementos del psicoanálisis a los personajes esquizofrénicos de las obras literarias, los cuales reflejaban la problemática del ente mexicano, con la finalidad de entender las razones de sus actos y evitar que mis alumnos las repitieran o, mejor, que las superaran.

Más tarde, en la maestría, retomé y apliqué esta teoría psicoanalítica a los personajes psicópatas o neuróticos de las obras de autores españoles. En esa etapa, también leí muchas obras de dramaturgos mexicanos, asistí a cursos y participé en concursos de teatro con mis alumnos, obtuvimos algunos premios; ellos se socializaron y se desinhibieron, conocieron la parte creativa de sí mismos y fueron libres.

En tercer lugar, me dotó de nuevas herramientas, al actualizarme en el conocimiento de mi disciplina. Participé con otros profesores del CCH y la Preparatoria en la segunda generación del Programa del PAAS, que nos actualizó en nuestra disciplina y nos permitió participar en la estancia académica de dos meses en la Universidad Autónoma de Madrid. También me apoyó a continuar mis estudios en la maestría de Literatura Iberoamericana, donde leí y analicé algunas obras de nuestros escritores mexicanos de medio siglo. Estos dos elementos contribuyeron para que obtuviera tanto mi plaza de carrera a través de un concurso de oposición, como mi estabilidad laboral.

En cuarto lugar, me otorgó una beca de estancia académica en la Universidad de Madrid, actividad que me permitió acercarme a los investigadores e investigaciones de la lectura y escritura en la Universidad de Barcelona y en la Pompeu Fabra. De manera que toda mi vida y experiencia docente las he obtenido aquí, el Colegio me ha dado la oportunidad de estudiar y aprender en el extranjero y enseñar en la UAM.

Y, en quinto lugar, todos esos años de preparación, lectura y docencia, me ayudaron a descubrir el placer de la escritura. Aquí me inicié escribiendo textos-modelo para mis alumnos, así como la presentación de antologías, surgidas en el aula, que despertaron la pluma dormida entre las yemas de mis dedos.

Aquí inicié la escritura de mis primeros textos y artículos, publicados en revistas universitarias; en la maestría se gestaron mis ensayos de escritores mexicanos y mi primer libro. Confieso que escribo para analizar mis actos y reafirmarme, para entrar y abrigarme con el placer de la palabra y la emoción, la sensación y reflexión, para no matar la esperanza ni el olvido.

Por ello, la UNAM y el CCH, te lo confieso ahora, me han brindado la posibilidad, no sólo de enseñar-aprender en sus aulas y de formarme como docente, sino de estar al tanto de las inquietudes de nuestras nuevas generaciones y de crecer junto con ellas. Sigo pensando que atender a pocos grupos es un lujo y privilegio para leer y aprender, experimentar y disfrutar de la docencia, para escribir y difundir nuestro aprendizaje y nuevos hallazgos.

El tatuaje y la educación

Si nuestra institución me ha enriquecido la vida y me ha dejado una huella difícil de borrar, porque no es un tatuaje externo o superficial, sino está grabado con fuego en lo más profundo de la piel, en el corazón y el espíritu de mi raza. Entonces, lo menos que puedo hacer por ella, es comprometerme con mis alumnos, con el Colegio y la educación de la UNAM, la única que puede librarnos de la mediocridad y enseñarnos a ser libres, sensibles y humanos, ¿no crees?

Tú sabes muy bien que fuimos viajeros del mismo autobús, que emprendimos el viaje y hallamos nuestra primera parada en el Colegio, descendimos y nos detuvimos, pensando en descansar un momento y emprender luego el viaje, sin saber que este descenso sería por el resto de nuestra vida. Tú ya dejaste el Colegio, te jubilaste, abordaste de nueva cuenta el autobús que te llevó a un lugar distante que nos ha separado momentáneamente.

Sin embargo, yo con mucho placer sigo detenido, como Odiseo, en este mar —unas veces embravecido por los porros de siempre, otras, tranquilo— de estudiantes adolescentes. Me enfrento a nuevas experiencias y continúo con el deseo de seguir aprendiendo, como nuestra querida Paciencia. Pues aquí hallamos la dignidad y la plenitud personal, la gratitud de los alumnos y el reconocimiento de la institución para nosotros y de nosotros para la UNAM.

Aquí obtuvimos nuestra profesión, que nos proporcionó el placer de la juventud y de nuestros sentidos, la reflexión y el aprendizaje. Aquí hicimos realidad nuestro sueño de tener un trabajo estable y salario digno. Aquí seguimos, porque nuestra labor está en armonía con nuestros actos y deseos, y continuamos, porque la educación auténtica se halla aquí.

Finalmente, te hice este breve recuento de mis años transcurridos en el Colegio y en la UNAM, porque ambos me quitaron las cadenas y me dieron a cambio las alas de la libertad. Con estas líneas espero haber contestado a tu pregunta, pues hacer un final es crear el principio, el final es por donde empezamos, como afirmó el poeta T. S. Elliot en Cuatro cuartetos.

Ahora sí puedo asegurarte, mi querido Carlos, que la vida docente es como las capas de la cebolla, una etapa te provoca penas, otra te mitiga el dolor, otra más te brinda alegrías, pero al final deja un grato sabor en tu vida.Ì