El Colegio de Ciencias y Humanidades surge en un momento en que en la sociedad se manifiestan movimientos bruscos o tendencias nuevas en la lucha de los actores políticos tradicionalmente manifestantes. Existe en la sociedad cierto resentimiento en contra del sistema, algunos de los padres de nuestros primeros alumnos habían sido partícipes de los movimientos sociales de las décadas de los 50 y los 60, la sociedad atestiguaba la imposibilidad del Estado para satisfacer la demanda de Educación Media.
La década de los 70 también fue el tiempo en que la institución de la familia tuvo cambios esenciales en su forma de ser como célula de la sociedad. Algunos sociólogos y pensadores en general consideran que esa década fue el inicio de la debacle de esa institución, pues hoy se está desintegrando.
Sin el afán de discurrir sobre la esencia de la familia y de lo convulso de la sociedad en aquellas décadas, cierto es que esos problemas, sociales y familiares, repercutieron enormemente en la familia, en nuestro Colegio y en general en las instituciones educativas del país.
La creación de nuestro Colegio en enero de 1971 mediatizó algunos de estos problemas con el simple hecho de haberse creado, pues con ello se erigió una nueva forma de aprender, una nueva perspectiva de formación en nuestro bachillerato. Además de haber incrementado la matricula del bachillerato en la UNAM, lo fundamental fue atender a más aspirantes y con más calidad.
Debo reconocer que los problemas de la enseñanza en esos momentos fueron mayúsculos, pues la población en edades no era homogénea. Así, tuve alumnos de 16 a 30 años con actividades de obreros, empleados bancarios, profesores de primaria e incluso de secundaria y alumnos que habían tenido inscripción en otros bachilleratos, pero que desertaron por diversas causas.
Muchos de los jóvenes profesores que se integraron a la docencia en el proyecto del Colegio de Ciencias y Humanidades, CCH, lo hicieron con auténtica vocación y empeño, dando resultados positivos en forma inmediata, fue el inicio de una nueva vida; otros, sin haber pensado en dedicarse a la docencia, lo hicieron como si fuera su proyecto de vida profesional.
Ahora bien, me gustaría hablar sobre la metodología de la enseñanza de la Historia que empleé en los inicios de mi práctica docente. Sólo concebía una forma de enseñar, a pesar de haber tenido conocimiento de los propósitos del nuevo plan pedagógico, la que asimilé en la Facultad, esto es, la enciclopédica y verbalista. En los dos primeros semestres de enseñanza, no sentí la necesidad de metodizar racionalmente la docencia, la planeación del curso no fue más allá de seguir los programas de la asignatura y terminarlos a tiempo. Por otro lado, fundamentalmente me preocupé de que los alumnos tuvieran la mayor información para emitir un juicio sobre el hecho histórico, para que ponderaran figuras de hombres ilustres, como motor y desarrollo de la Historia. Ello era decir que los alumnos sabían historia.
La formación de que he sido objeto a través de los más de 40 años de ejercicio profesional, provino en primer lugar de mis colegas. En los intentos y lucha por ser mejor docente, preguntaba sobre la mejor manera de explicar los procesos históricos, y ellos me enseñaron literalmente con el ejemplo didáctico, con la remisión a fuentes de información; intuí en ellos las bondades de formarse más ampliamente en aspectos pedagógicos y didácticos; los alumnos, al preguntar y la forma de hacerlo cotidianamente, propiciaron en mí inquietudes para responder de mejor manera a esas interrogantes; de la institución, recibí una formación consistente en otros aspectos. No omito reconocer la influencia en los 80 del Curso de Formación Didáctica organizado por el plantel y el CISE, un evento considerado por muchos universitarios como el parteaguas en nuestro quehacer en el Colegio.
Así, pasaron varias décadas y la experiencia de la planta docente se fue acumulando para ser utilizada con más éxito en la formación de alumnos, en los problemas que los siempre jóvenes estudiantes nos presentaron año con año. Superamos algunos, los otros se añejaron y siguen ahí.
Uno de los problemas que señalo entre los que se han quedado ahí, es el desinterés creciente de los alumnos por la lectura, factor fundamental para que los contenidos temáticos, las estrategias, los aprendizajes y en general los propósitos del programa se realicen óptimamente. Las causas son de diversa índole y van desde las inconsistencias en la familia (económicas, de desintegración, etcétera), hasta las de carácter social, que tendrían que explicarse más ampliamente.
Como institución y como profesores, algunas de las causas no pueden ser superadas. Por ejemplo, los entretenimientos electrónicos, computacionales y otros son verdaderos inconvenientes para que el alumno cultive más la abstracción en una lectura.
Ahora bien, en la actualidad, considero que el aprendizaje de los alumnos es lo fundamental en nuestro ejercicio docente. Nuestro papel es importante, es coadyuvante en esa pretensión; sin embargo, el problema aquí planteado existe desde la misma fundación del Colegio.
Considero que, al ser creciente este problema, se ha ido abatiendo el grado de dificultad de las lecturas indicadas para la preparación de investigaciones o para las dinámicas de aprendizaje. No está por demás ilustrar lo anterior con un ejemplo vivo. En los primeros semestres en que se impartió la asignatura de Teoría de la Historia, para informarse, primero, y después para discutirse en el aula, en una de las unidades del programa, se dejaba a los alumnos leer de Bertrand Russell el capítulo Ciencia y Religión de su obra La Perspectiva Científica. El estudiante leía, entendía y discutía invariablemente. La razón era que tenía un lenguaje más amplio, conocía el significado de más palabras y conceptos y tenía un entendimiento del mundo mejor logrado. A partir de los inicios de la década de los 80, aparece la dificultad para entender dicho capítulo, se incrementa el número de alumnos por grupo que no leyeron porque “no entendían desde el principio de la lectura”. Por ello se escogieron lecturas más “al nivel de ellos”, hasta dejar de leer más adecuadamente y así fue declinando la posibilidad de dinamizar las sesiones. Lo anterior ilustra la realidad de lo que sucede en la época actual.
Si el plan pedagógico del Colegio de Ciencias y Humanidades considera el enfoque de la Historia como un proceso en el que se dan cambios en los acontecimientos de la sociedad, que los hechos se interrelacionan en múltiples direcciones y que están sujetos a interpretación, es necesaria la garantía de un interés para que el alumno lea. De cualquier forma que se instrumente, no ha habido un método didáctico óptimo, que haya abatido sensiblemente ese desinterés, por lo que es urgente avocarse en forma individual, colegiada e institucional, a controlar este problema que ya es crónico y va en ascenso.
En su planeación, el profesor debe contemplar soluciones para este problema, debe socializar las concepciones de este y otros problemas en los grupos de trabajo. Nuestra institución, en documentos diversos, desde hace mucho tiempo pretende dar respuesta conminando a la planta docente a la superación y desarrollo de su propia formación; sin embargo, la problemática de la falta de interés por la lectura sigue vigente.
Siento que, como profesores añosos, nos estamos alejando de los estudiantes quinceañeros. Si existe alguna frustración en nuestro quehacer, quizá se deba a que año con año nos alejamos de ellos, por la razón de que los adolescentes de hace cinco años no son los mismos que los de esta generación: ellos gestan en sí una cultura no comprensible, en algunos aspectos, para nosotros. Tenemos un buen acercamiento en el conocimiento de lo que biológica y psíquicamente es un adolescente, pero no sabemos de los valores que recibieron de sus padres, ya traducidos y ejercidos en su jerarquía y aspiraciones.
Considero que la institución debe reestructurar sus programas de formación de profesores, organizando un programa amplio y concatenado de conocimientos seriados de “cultura del adolescente”, con el fin de hacernos sensibles a las concepciones sociales y culturales de nuestros alumnos.
Reconozco los esfuerzos que históricamente nuestra institución ha desarrollado para formar a sus profesores, pero este problema no es de algunos de los profesores fundadores, es de los que, aun teniendo menos años de docencia, ya se están alejando de las nuevas generaciones.Ì