Publicaciones sobre la experiencia docente del CCH

Más allá de la filosofía como enseñanza en el bachillerato
Nuevos Cuadernos del Colegio Número 2


Fecha: 2013-09-03
Área: Histórico Social
Materia: Filosofía I y II
Temática: Práctica docente cotidiana
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Autor(es)
José Armando Héctor Perea Cortés

Palabras clave: práctica docente, filosofía, pensar filosófico, expresión oral y escrita.

La práctica docente absorbe, preocupa y ocupa la mayor parte de la actividad de los profesores del Bachillerato. Ahora bien, ¿cuánto se puede filosofar más allá de la enseñanza de la filosofía en el Bachillerato? La pregunta es pertinente para mí no sólo como docente que soy del Colegio de Ciencias y Humanidades, Plantel Oriente, sino como alguien que ha intentado hacer filosofía, no sólo enseñarla y divulgarla.

Por otro lado, no hay demérito en únicamente hacer llegar al estudiante la información sobre los filosofemas de los diversos filósofos, a lo largo y a lo ancho de la historia de la filosofía. Que quede clara mi postura desde el principio: me siento bien enseñando filosofía a jóvenes de 17 años; no es poca cosa servir de mediador de filósofos como Platón, Aristóteles, Agustín, Tomás, Descartes, Locke, Berkeley, Hume, Kant, Hegel, Feuerbach, Marx, Nietzsche, Husserl, Heidegger, Scheler, Sartre, Adorno, Habermas, Vattimo… y ponerlos en contacto y conocimiento con destinatarios noveles, pero potencialmente capaces de asimilar el pensamiento vivo de algunos grandes muertos y de unos todavía vivos.

Es necesaria la divulgación de la filosofía pero no es suficiente. Es necesario poner en claro que la filosofía es pensamiento; pero no todo pensamiento es filosofía. Es necesario establecer que la filosofía se formula a partir de una discursividad; pero la charlatanería no es filosofía. En suma, es necesario establecer lo que la filosofía es y no es. Todo lo anterior es necesario distinguirlo y, consecuentemente, precisarlo; pero no es suficiente.

En ocasiones el docente de filosofía tiene que filosofar y, trayendo a colación aquel planteamiento atribuido a Emmanuel Kant, a saber, “se enseña a filosofar no filosofía”, o sea, apelando al principio de autoridad teórica, es como podemos contribuir al enriquecimiento del pensar filosófico, pues, en todo caso, podemos decirlo también de esta otra forma: “hay que enseñar no filosofía sino a filosofar”. Aquí, el simple cambio de redacción, es cierto, no modifica el contenido de lo que el filósofo dijo, pero sí importa la manera de apropiarme ese pensamiento y, para eso, requiero pensar, o, mejor dicho, repensar.

Así, entonces, considero que, en el salón de clases, en una sesión cotidiana, puedo, junto con los estudiantes, hacer filosofía, no limitarme a transmitirla. Las generaciones actuales son iconofágicas (devoradoras de imágenes) e iconofílicas (amigas de las imágenes). Hay que tener esto en cuenta, indudablemente, sólo que hay que procurar también a estas generaciones para que se conviertan en amigas de los conceptos.

Nos asalta inmediatamente esta pregunta: ¿Cómo puedo enseñar a alguien a filosofar y no sólo filosofía, si yo no filosofo? Y esta otra: ¿Cómo puedo hacerlo pensar, si yo no ejercito mi propio pensar, sino me limito preferentemente a transmitir el pensamiento de otros?

Los docentes del bachillerato se piensan, en su gran mayoría, confinados única y exclusivamente a la enseñanza de la filosofía. Ellos no son filósofos, sino transmisores, mediadores, facilitadores, como se dice hoy, para que el estudiante tenga un acercamiento a algo tan complejo, abstracto y, a veces, abstruso, como lo es la filosofía.

Sin negar que la filosofía tenga una densidad considerable, sobre todo, en algunos pensadores, esto no constituye un obstáculo insalvable para acceder a aquella. Todos los ámbitos del conocimiento poseen un lenguaje que no es el común, es decir, ni el sociólogo ni el politólogo, ni el biólogo usan un lenguaje coloquial en su campo y en sus investigaciones. Estas últimas tienen que estar expresadas en un lenguaje árido, lleno de tecnicismos no asequibles para cualquiera.

¿Qué tenemos que hacer los docentes de la filosofía para impedir que nuestros potenciales ejercitadores de la reflexión no huyan despavoridos al escuchar los términos, los conceptos y las nociones propias de la filosofía? Pues, familiarizarlos con dichos términos, conceptos o nociones. Una vez que el estudiante se habitúe a escuchar todo esto, el siguiente paso es que lo aplique a situaciones cotidianas y, poco a poco, a problemas que no necesariamente estén vinculados con lo cotidiano, esto es, que se remonten a las abstracciones.

Una vez que unos y otros, tanto estudiantes como docentes, comencemos a hablar en y con un lenguaje característico de la filosofía, como si siempre hubiésemos conversado de esta manera, hay que abordar algunos filosofemas de los grandes pensadores (léase, filósofos) como si fuese la primera vez que se hiciese. El estudiante debe expresarse no sólo en forma oral, sino también por escrito. La oralidad y la escrituralidad tienen que ir a la par; una no debe aventajar a la otra, so pena de escuchar sólo magníficas piezas oratorias sin la correspondiente expresión escrita; o, por el contrario, constatar la redacción correcta y profunda sobre un problema filosófico de cierto calibre, pero sin que vaya acompañada de una explicación oral y de su comprensión respectiva sobre tal escrito.Ì