Publicaciones sobre la experiencia docente del CCH

Un vistazo a la historia de un taller
Nuevos Cuadernos del Colegio Número 1


Fecha: 2013-08-27
Área: Talleres
Materia: TLRIID 1 - 4
Temática: Estrategias didácticas
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Autor(es)
Remedios Campillo Herrera

Palabras clave: taller, lectura y redacción, dificultades y soluciones.

A mediados del año 1975, había leído una convocatoria para ingresar como profesora al CCH. Para esta fecha yo trabajaba ya en secundaria, vocacional y primaria; en 1966 había egresado de la Normal para Maestros, en 1974 terminaba mis estudios en la Facultad de Filosofía y Letras. Cuando leí la convocatoria para ingresar al CCH, me brillaron los ojos y pensé: ¡tengo que hacer el examen! La convocatoria era para el plantel Naucalpan, no me importó, a pesar de quedarme lejísimos de mi domicilio, era otro de mis sueños que se acercaba a ser realidad.

Hice los exámenes y los pasé: presentación de un trabajo y réplica, examen filtro, además de la práctica frente a grupo; me ofrecieron un paquete de 20 horas en el citado plantel; sin embargo también estaba entre los organizadores un representante de Vallejo, ahí ofrecían Solo 12 horas. Opté por trabajar en este último, porque me quedaba un poco más cerca y porque temía las cargas de trabajo.

El día que me presenté en el Plantel Vallejo para mi contratación, me asignaron tanto grupos de Lectura como de Redacción. En ese tiempo estas dos asignaturas se daban en Talleres separados: Taller de Lectura, dos horas a la semana; Taller de Redacción, tres horas a la semana.

Para entonces yo ya había trabajado en la vocacional en la asignatura Lectura y Redacción, solo que aquí me extrañaba que la asignatura fuera denominada Taller. La profesora que me había invitado a trabajar a Vallejo, me explicaba que el Taller debía ser una continua práctica de habilidades para leer y escribir; Solo que me preguntaba cómo iba a poder lograrlo con tan pocas horas, 2 y 3 respectivamente, y con 50 o más alumnos.

Denominar Taller así, con mayúscula, a una asignatura que pretende conducir al alumno a la práctica de leer y escribir, se escribe fácil, pero es difícil de llevarse a cabo. Al principio, lo más que lograba, era solicitar una serie de lecturas que los alumnos debían leer en casa y durante la sesión intentaba formar equipos que discutieran las lecturas.

En el Plantel Vallejo, lugar donde empecé a trabajar, la lectura se iniciaba en el primer semestre con Clásicos Griegos y Latinos. A los alumnos les costaba trabajo leer obras que de por sí son difíciles. Trabajaban el último semestre, el cuarto, con textos contemporáneos. Años más tarde pude ubicarme en el Plantel Oriente, donde me percaté de que los profesores habían hecho un cambio, las lecturas destinadas para cuarto semestre se hacían durante el primero y así sucesivamente, de tal forma que el cuarto semestre se destinaba a la lectura de clásicos griegos y latinos. Este cambio favoreció a los alumnos en el sentido de que “entraban” al “Taller” por lo contemporáneo y concluían con lo más antiguo, lo que quizá hacía más fácil el trabajo.

La redacción, durante los primeros años del Colegio, estaba “contagiada” por el tratamiento del Español en la secundaria: se estudiaba Gramática preferentemente hasta el tercer semestre, cuando se hacía investigación Documental.

Con este panorama, es fácil de imaginar que un Taller como tal era muy difícil de practicar en las aulas del CCH, a pesar de que teníamos algunos cambios en cuanto a mobiliario, edificios y hasta la forma de pensar de los individuos que trabajábamos ahí. Se decía que en muchos aspectos la educación que se brindaba en el CCH era libre, crítica y práctica, y en mucho sí se lograba, Solo que el Taller dejó qué desear en cuanto a tiempo, espacio y contenidos.

Durante mi estancia en Vallejo, ya había profesores que creían que una de las posibilidades para llegar a hacer un verdadero taller sería la unión de las dos asignaturas en una sola. En este plantel nos empezaron a dar el Taller de Lectura y el de Redacción de un mismo grupo. Con esto se pretendía alargar el tiempo de las clases, ahora tendríamos cinco horas para atender un Taller que procurara abarcar los contenidos de ambas asignaturas. Funcionó mejor, aunque había veces que nos quedaban las horas un tanto dispersas. Sin embargo, ya había más posibilidad de trabajar con ejercicios más prácticos y en el salón de clases; ya podía uno ser testigo de cómo escribían los alumnos, de cómo leían y cómo “caminaban” por el proceso de la investigación. Solo que este experimento se realizó en este plantel únicamente y con algunos profesores, sobre todo con los que teníamos mayor número de horas.

El trabajo en Taller siempre se recalcó, nunca se olvidó y para ello se recomendaron técnicas que procuraban el trabajo en equipo; la exposición de los alumnos se ponderaba por encima de la clase magistral; el tomar apuntes, sobre el dictado.

Cuando se empezó a hablar de una revisión al plan de estudios, surgió la esperanza de otorgar un mayor número de horas a los Talleres de Lectura y Redacción y justamente la revisión trajo como consecuencia, entre otras, el surgimiento de la fusión de los dos Talleres.

El Taller de Lectura, Redacción e Iniciación a la Investigación Documental I a IV contemplaba los mismos cuatro semestres del plan anterior, solo que las horas semanales dedicadas a este Taller serían seis en lugar de cinco y las sesiones durarían dos horas.

El único problema que queda aún, es el número de alumnos. A la fecha todavía albergamos en nuestros grupos cuando menos cincuenta alumnos; sin embargo creo que en 1996 tuvimos mayores ventajas que desventajas, no solo con el Plan de Estudios sino con los programas.

Los contenidos en los nuevos programas fueron más enfocados a la práctica del Español más que a la teoría, se diversificó la lectura, ahora se leía todo tipo de textos, aunque se restringió el estudio de textos literarios. Con todo esto, principalmente con las sesiones de dos horas, el trabajo en taller parecía ser más cercano a una realidad: los alumnos podían realizar prácticas durante la clase y ser revisadas ahí mismo, también podían corregir sus trabajos, en equipo, por parejas, individualmente, muy importante en esta etapa, pues, si el alumno aprende que lo importante no es escribir sino verificar el sentido de sus escritos, la coherencia, la sintaxis, y esto logra convertirse en un hábito en él, habremos ganado mucho los profesores y los alumnos.

El Taller debe entenderse como la práctica del aprendiz, como la llama Daniel Cassany. La práctica lo llevará a ser maestro y no precisamente un maestro de escuela, sino un maestro que no solo sea capaz de cubrir sus propias necesidades de escritura, sino que pueda leer críticamente lo que escriben los demás.

La lectura se deberá extender a la lectura de textos que vayan más allá del ámbito académico. Actualmente nuestros estudiantes están bombardeados de información “chatarra”; la práctica de la lectura en el Taller, sería lo ideal, los prepararía para distinguir, discernir y discriminar lo que conviene a sus propios intereses.

En cuanto a la investigación, desde siempre ha sido una bondad del Colegio. Alumnos que me han reconocido, después de años de haber sido su maestra, me han comentado su reconocimiento a esta asignatura, que en su momento les pareció árida y un tanto pesada de llevar durante el bachillerato.

Y aunque, al procurar el trabajo en equipo más que el individual, a veces parece para muchos, un trabajo que deja mucho que desear, no olvidemos que cada alumno tiene características diferentes, a veces complementarias no siempre dispersas y que en un taller hace falta unir estas cualidades, para lograr un trabajo más fino, más acabado, un trabajo de equipo que irá más acorde con el TALLER.Ì