En las ahora esporádicas reuniones de Área, 30 años después, todavía extrañamos esos salones adjuntos donde nos reuníamos a conversar y “recortar” a los demás en las horas ahorcadas, convivíamos y aprendíamos a conocer las posturas políticas de cada quien.
La política era entonces una motivación del origen del Colegio, todos asistíamos a intercambiar opiniones de quienes no se encontraban presentes, impartíamos clases de 50 minutos y cuando lográbamos reunir 15 grupos de Lectura de Clásicos (30 horas semanales, 750 alumnos) sentíamos que habíamos triunfado.
Años después hemos aprendido a organizar exámenes filtro de manera colegiada, no importa que pocos los aprueben; los profesores nuevos llegan con ganas de obtener un tiempo completo antes de convivir y conocer a los demás. Desde hace diez años nos conocemos menos, porque debemos permanecer en cada salón dos horas, por lo menos hasta que pase la revisión y después salir, antes platicábamos en los pasillos siempre (no había supervisión en los salones).
Ahora impartimos clase sin dialogar, de inmediato vamos aplicando a los estudiantes estrategias previamente diseñadas que en ocasiones sufren tantas adecuaciones que, al informar de su eficiencia, debemos imaginar mucho más acerca de su funcionamiento. Los mecanismos de control laboral han permitido identificar a quienes nunca han dado clases completas, ni entregado informes, pero aun así todos seguimos recorriendo los pasillos que ahora tienen rejas picadas por las inclemencias del paso de los años. Antes resultaba fácil sentarnos en los prados a dar clase y platicar con los muchachos; ahora no les interesa intercambiar opiniones y puntos de vista, las últimas generaciones sólo quieren cumplir instrucciones puntuales, no les interesa tanto dialogar, como hace 35 años. El modelo real ha cambiado, ahora tenemos otro, que no hemos reconocido.
La operatividad del plan de estudios ha quedado atrás, la apertura, el diálogo, el deseo de aprender, los deseos inagotables de pasar las experiencias a las nuevas generaciones ya no permean la convivencia en los salones. Una serie de mecanismos de evaluación respaldan los aprendizajes impartidos, todos hemos sido adiestrados en las modernas TIC, nos han dado también más herramientas para evaluar las actividades que pretenden reflejar experiencias cotidianas, pero el espíritu de aprender aprendiendo quedó olvidado.
La dinámica en el salón cambió, nadie escucha al(a) profesor(a), ahora hay que organizar grupos operativos que den cuenta del aprendizaje con un nivel cognoscitivo de comprensión o aplicación (el análisis quedó abatido), han aparecido los vigilantes con una moderna tableta donde registran algo, se ha transformado el contexto que dio origen al Colegio, ahora Escuela Colegio con salas de cómputo insuficientes y extraños soportes y cajas vacías que cuelgan de los techos y en las esquinas de algunas aulas dignas. Han aparecido mesas y silla especial para quien cree, llega a enseñar vendiendo libros para tener una ganancia extra, pero aunque se enseña con un enfoque comunicativo, fue necesario cambiar los vidrios translúcidos por unos opacos que prohíban distracciones y la comunicación con el exterior (tal vez porque los libros y lo que sucede dentro del salón ya no resulten muy atractivos), pero los ruidos de patinetas logran penetrar toda barrera.
Ha surgido una serie de tutores obligados a citar periódicamente a padres poco interesados en saber qué hace el(a) hijo(a) que siempre estuvo cuidado en escuelas particulares, pero a quien las restricciones económicas y la buena fortuna llevó a un bachillerato público. Los asesores tienen un edificio nuevo y son capaces de resolver cualquier duda con la que se presenten alumnos que no entienden a su incapacitado profesor para guiar procedimientos y generar aprendizajes, los profesores de asignatura siguen con gran carga de grupos, pero ahora muchos de ellos están en puestos administrativos (antes codiciados por todos) y en espera de que se abran nuevos tiempos completos.
Aunque se creó la carrera académica, esos profesores elegidos, que son una carga del presupuesto, están muy lejos de ayudar al egreso, se dedican a diseñar instrumentos desconocidos para la gran mayoría. Tanto tutores como asesores, generalmente con poca antigüedad, con poca experiencia para lograr los aprendizajes programáticos y rodeados de apoyos tecnológicos, han sido poco eficaces en incrementar el porcentaje de egreso del que hace 40 años nadie se preocupaba.
Los docentes, antes dignos profesores universitarios, preocupados por inscribirse en cursos, juntar puntos, cumplir con los requerimientos persecutorios de la carrera académica y un mejor lugar escalafonario, pocas veces advierten y comentan o comparten sus experiencias y estrategias. Con todo y enfoque comunicativo, el diálogo quedó atrás, cuando sólo se pretendía que los muchachos comprendieran dos lenguajes. Tal vez los cursos no han resultado adecuados para acercar a las generaciones y a los individuos. Ahora todo está permeado por las nuevas tecnologías que han llegado a través de diplomados hasta a los docentes que con estas nuevas herramientas hemos aprendido a hacer llegar todo el material didáctico digitalizado a más estudiantes. Llegó el bachillerato a distancia.
Nuestro Colegio ha visto regresar a los alumnos como flamantes licenciados, convertidos en profesores que han soportado cualquier cargo administrativo y horario de 12 horas dentro de las instalaciones, dispuestos a presentar los exámenes filtros que, si se cuenta con pocos recursos académicos y muchos años de antigüedad, aunque no se aprueben, no pasa nada. Las y los estudiantes son tan pacientes que siguen aprendiendo, a pesar de sus profes.
Los procesos de evaluación de docentes ya no se quedan en largas etapas que permitían hasta perder expedientes completos; ahora son procesos organizados por un(a) responsable por plantel, pero como no es suficiente esta organización, también se aplica un cuestionario de evaluación de los aprendizajes a los alumnos que magistralmente responden como pueden, para no perder mucho tiempo, porque no saben qué les servirá en su incierto futuro.
Los docentes intuimos que estamos compitiendo por permanecer en una institución que nos ha acogido en su presupuesto y no queremos ser movidos del desconcertante escalafón antes en manos de los arbitrarios coordinadores de área y ahora en las manos de un programa en manos de los inocentes secretarios académicos que no “meten una mano” en la asignación de grupos. No sabemos si hemos comprendido bien la enseñanza por competencias o si vamos hacia el aprendizaje por proyectos, pero lo que sí es claro es un constante cambio y ajuste de programas que cada quien interpreta como mejor puede, porque los niveles cognoscitivos a pocos les importa que queden claramente enunciados. ¿Así será en otros países? La enseñanza de los procesos básicos debería estar en manos responsables, tal vez no en las nuestras, ¿o sí?
Los muchachos son felices durante su estancia en el Colegio, porque tienen grandes espacios donde están seguros, mientras no llegan los porros; cuando llegan, igual que en las invasiones “bárbaras”, todos corren y no saben en dónde se protegerán. Saben que, gracias al paso de los años y a la presión que tiene la Universidad por el bajo porcentaje de egreso, cuentan con micro cursos sabatinos y varios extraordinarios que los ayudan a aprovechar su pase automático tan envidiado por otros muchachos.
Ver pasar en la explanada atrevidos jóvenes vestidos con pantalón de mezclilla ha cambiado, para dar paso a las niñas lesbi y punks o darks que desfilan con abrigos negros y maquillajes llamativos o grandes crestas llenas de gel y tal vez algunos piojos. Ellos van cambiando y reforzando sus perspectivas para integrarse de la mejor manera a la cada vez más lejana vida productiva, pero paradójicamente ya están en las redes de la otrora deseada libertad sexual; ahora lo más importante es probar de todo y con tod@s, probar de todo en los antros cercanos y reproducirse a muy temprana edad. Las generaciones han cambiado, pero la escuela permanece como institución donde los docentes siempre encontramos qué hacer.Ì