Modelo educativo y formación docente en el Colegio
Es indudable que la formación docente es un asunto de primera importancia para cualquier institución educativa. En los profesores recae la tarea primordial para cumplir sus fines, de modo que insistir en su prioridad en las políticas y acciones de las instituciones parece una verdad de Perogrullo y lo es; sin embargo, resulta una insistencia necesaria, pues, por muy sabida y clara que es esa verdad, la realidad educativa de nuestro país, como sucede en otros muchos, nos muestra constantemente lo lejos que estamos de atenderla suficiente y adecuadamente.
La docencia, como todo ejercicio profesional, exige el dominio de un conjunto de saberes expresados en conocimientos, habilidades y actitudes. Sin embargo, en el caso de la docencia, de manera particular aunque no exclusivamente, en los niveles medio superior y superior, se trata, por decirlo de alguna manera, de un doble y complejo requerimiento. En efecto, el profesor ha de poseer el dominio, por una parte, de los saberes que corresponden al contenido del campo disciplinar en el que la ejerce, y, por otra, de aquéllos del campo didáctico que le permitan hacerlo aprehensible a sus alumnos. En esta generalización, podríamos extendernos largamente, pues son innumerables los aspectos particulares que se pueden desprender, para describir la formación que requieren los profesores en estos dos grandes campos. No es el propósito de este texto, en el que más bien intentaré esbozar algunas notas sobre la importancia de la formación docente en el contexto del Colegio, así como los que, me parece, son aspectos relevantes a considerar para atenderla.
Tengo una idea del CCH como una institución sui generis. En ninguna otra entidad académica de la Universidad, como tampoco en otras instituciones educativas, identifico un nivel similar de desarrollo de un modelo educativo, como el que posee el Colegio; un modelo que, además de anticiparse, con mucho tiempo a otras instituciones, en la enunciación de principios y esquemas de operación que recientemente se retoman en el medio, posee un alto grado de coherencia y consistencia interna en sus planteamientos, pero que, por lo mismo, representa una mucho mayor exigencia en todos los ámbitos de la operación escolar, principalmente en su función sustantiva, la docencia, que, para llevarse a cabo de acuerdo con el modelo educativo del Colegio, no puede reproducir los esquemas tradicionales, mucho menos aún puede desentenderse de la búsqueda constante de nuevas y mejores formas de contribuir al aprendizaje de los alumnos, con el pretexto de que estos deben ser autónomos; todo lo contrario, una docencia acorde con el modelo es mucho más compleja y requiere de múltiples competencias y constante preparación para su ejercicio.
Aunque las prácticas cotidianas de una significativa proporción de nuestra comunidad distan bastante de este modelo, considero que dos factores nos sitúan en una situación ventajosa sobre otras instituciones, para lograr los hoy ya muy generalizadamente expresados retos de brindar una formación centrada en el aprendizaje de los alumnos, que los dote de los saberes (conocimientos, habilidades y actitudes) para alcanzar cada vez mayores niveles de autonomía en el propio proceso de aprendizaje y para desempeñarse exitosamente a su egreso en el curso de estudios de nivel superior, la incorporación al campo laboral, el desarrollo personal y la integración social.
El primero de los dos factores a que me refiero, es el ya enunciado, es decir, que el Colegio, desde su creación, contó con un proyecto formativo bien definido que ha ido depurando y enriqueciendo a lo largo de sus ya 45 años con las reflexiones y hallazgos de sus profesores. Si bien es cierto que un modelo es siempre inalcanzable, es indudable también que contar con uno bien diseñado, desde su visión filosófica hasta un cierto nivel de su operativización, es un gran avance, pues señala dirección y sentido para la acción. Es también cierto que el modelo no basta, que se requiere contar con los mecanismos institucionales y la voluntad comunitaria que permitan acercar la realidad de las prácticas cotidianas a aquél. Es en este punto donde se intersectan el segundo factor de ventaja del Colegio y el tema de esta publicación, la formación de profesores. El segundo factor no es sino el conjunto de los profesores que, altamente comprometidos con el Colegio y con su modelo educativo, constituyen la base para seguir construyendo el Colegio que queremos, ese que sigue siendo consistente con el modelo planteado. Modelo y profesores comprometidos son el insumo, la formación docente, aunada a una gestión institucional adecuada, son el mecanismo que posibilita el acercamiento entre el Colegio de la teoría y el Colegio de la práctica.
Y en el punto de identificar las intersecciones que den impulso al Colegio, vale la pena no obviar la experiencia acumulada de que estos 45 años lo han dotado, en políticas académicas, trabajo colegiado y acciones de formación docente, entre otros ámbitos. Respecto de estas últimas, habría que reconocer que en los últimos tiempos, como suele suceder a toda institución, el Colegio ha experimentado el agotamiento de diversos esquemas de su operación, que durante un tiempo le permitieron lograr resultados relevantes. Es el caso, a mi parecer, de lo que sucedió con los TPC (Talleres de Planeación de las Clases), los TRED (Talleres de Recuperación de la Experiencia Docente) y, en algunos casos, las Jornadas de Balance; otros esquemas exitosos perdieron su efectividad y fueron abandonados, a raíz de ser modificados y desvirtuados los criterios de su organización, como fue el caso de PROFORED; el Programa Interno de Formación de Profesores no ha logrado mantener el balance, integración y sentido con que fue concebido, lo que ha derivado en una oferta de cursos que obedece más a la agregación de las iniciativas particulares de los profesores que los imparten, que a una planeación sistematizada; experiencias de vinculación con otras instituciones han dejado de promoverse, al menos con la asiduidad y alcance con que se llevaron a cabo durante un largo periodo; ejemplo de ellas son el Programa Nacional de Lectura y Redacción, lo mismo que el diplomado y cursos de formación para profesores del IEMS-DF, diseñados e impartidos por profesores del Colegio; las iniciativas de formación docente para el nivel medio superior de la administración central universitaria han perdido el carácter integrador de competencias docentes y la visión extensiva de mediano y largo plazo con que se diseñaron en algún tiempo (el PAAS, por ejemplo), dando paso a la multiplicación de iniciativas inconexas de diversas instancias, de acuerdo en cada caso con el ámbito de atención y el enfoque de la instancia ofertante, rara vez mediadas por el conocimiento de las necesidades del Colegio.
Una etapa por remontar
El Colegio ha venido experimentando una especie de letargo formativo al que se agregan, para caracterizar su condición actual, dificultades como la multiplicación del número de profesores que atienden pocos grupos, con incipiente conocimiento de su modelo y aún menor arraigo y compromiso con éste; la burocratización de los mecanismos de evaluación del trabajo académico; el relajamiento de las acciones de seguimiento de la docencia; la prevalencia de atención a los programas especiales sobre las tareas sustantivas de la docencia regular, entre otras, que alejan la realidad cotidiana de sus planteles del modelo de docencia que corresponde a su modelo educativo.
En esta condición, el Colegio atraviesa en la actualidad por dos procesos importantes que, en función de su abordaje, contribuirán a determinar su rumbo en los próximos tiempos: la actualización de los Programas de Estudio y el relevo generacional de la planta docente. Ambos demandan del Colegio la revisión y atención de los problemas señalados; de manera particular, ambos exigen atender de forma adecuada y efectiva la formación de sus profesores, para que el rumbo del Colegio siga el sentido de su modelo educativo, cuya vigencia parece indudable, más aún, su pertinencia aparece hoy cada vez con mayor claridad ante las transformaciones culturales contemporáneas y los intentos nacionales de renovación educativa.
Es necesario replantear y reorganizar la formación docente y hacerlo de acuerdo con una perspectiva sistémica, balanceada, coherente con el modelo educativo y en concordancia con los planes institucionales. No veo, sin embargo, en ello, una tarea imposible de cumplir en el mediano plazo y de avanzar significativamente con prontitud; veo sí, que hacerlo requiere voluntad política y esfuerzo comprometido de las autoridades y la comunidad docente del Colegio. Identifico lo que considero excelentes insumos para afrontar este reto institucional de retomar el camino del Colegio hacia la recuperación de una posición de liderazgo de la educación media superior nacional y polo de desarrollo de la docencia universitaria; veo también que, por difícil y complejo que parezca emprender la tarea, cada día que se deje pasar para hacerlo, aleja más al Colegio real del Colegio que queremos, del Colegio que necesitamos y la hace menos realizable.
Lo más importante es comenzar y creo que se puede hacer renunciando a la vanidad de querer hacerlo desde cero, como si nada de lo hecho anteriormente tuviera valor. Las experiencias del Colegio, aún aquéllas que en su momento se agotaron, seguramente tienen mucho que aportar si se revisan y repiensan desde la realidad de hoy; la riqueza de los no pocos profesores que conocen bien el Colegio, que en sus distintas etapas han trabajado comprometidamente en su construcción y consolidación no puede obviarse; las ideas refrescantes y renovadoras de una buena cantidad de noveles profesores cuyo interés en el Colegio es auténtico y significativo debe también recuperarse, como también las propuestas de formación docente que en distintos momentos de los últimos años se han elaborado, retomando, enriqueciendo y actualizando cada una a las anteriores, y que ofrecen planteamientos dignos de considerarse.
En mi opinión, la ruta más productiva sería revisar estas propuestas, mejorarlas, organizar un grupo de trabajo que, coordinado por el Jefe del Departamento de Formación de Profesores, elabore la propuesta final del Sistema de Formación de Profesores a presentarse al Consejo Técnico y, apoyado en profesores del Colegio, con perfiles pertinentes para cada módulo del mismo, se desarrollen operativamente los proyectos específicos, priorizando, en la primera etapa, la formación relacionada con la instrumentación de los Programas de Estudio Actualizados y la Formación Inicial.
Entre las experiencias de formación del Colegio, considero que el PROFORED ocupa un lugar esencial en la revisión, ajuste y actualización para su recuperación como parte del Sistema, en tanto esquema de formación inicial y, al mismo tiempo, de actualización y profesionalización de su planta docente experimentada en el modelo. Una modalidad nueva, incluida en la recientemente presentada propuesta del Jefe del Departamento de Formación de Profesores, los microtalleres, pudiera ser, enriquecida con elementos rescatables de los TPC como alternativa de atención de la formación para la instrumentación de los Programas de Estudio Actualizados, sin que ello excluya otras opciones que diversifiquen y enriquezcan el proceso. Es importante reconsiderar el valor de las aportaciones de diversos grupos de trabajo en la puesta en práctica del modelo educativo que, en los años recientes, se ha visto afectada por limitantes normativas. Éstas, establecidas en distintos momentos, si bien tal vez partieron de la intención de orientar el trabajo en correspondencia con los planes institucionales, no han tenido como resultado las metas académicas declaradas, y sí en cambio han truncado iniciativas de producción, desarrollo y formación académica cuyo trabajo continuado reportó, durante un largo tiempo, múltiples y relevantes beneficios.
Por lo que se refiere a la intervención de las instancias centrales de la UNAM, es indispensable que en el Colegio se asuma una actitud proactiva, que busque la interlocución con las distintas entidades de la Universidad que intervienen en los proyectos y actividades de formación, sobre todo, con la Rectoría. Con todas ellas, es necesario insistir en argumentar la necesidad de abordar este ámbito en una perspectiva sistémica; es decir, que considere las características y condiciones particulares del nivel medio superior y específicas de cada uno de sus dos subsistemas; que reconozca a los profesores como participantes activos de esa formación; que optimice recursos en proyectos con alto valor de utilidad, pertinencia y motivación para la profesionalización de la planta docente. En este sentido, plantear esquemas que, como el PAAS en su momento, aun cuando adoleció de dificultades para que las distintas entidades participantes asumieran la responsabilidad de orientar los módulos a su cargo, de acuerdo con los propósitos y plan de acción global del programa, atiendan ahora de manera sólida la formación docente en sus distintas vertientes y contribuyan a generar en los participantes un fuerte sentido de pertenencia institucional. Esta orientación pudiera ser más útil que continuar aceptando acríticamente las dispersas y descontextualizadas opciones de formación que las entidades ofrecen al bachillerato, desde una mirada desconectada de sus fines, sus características y sus condiciones.
Es cierto que programas como el PAAS requieren una cantidad alta de recursos y que por ello resulta aparentemente más viable impulsar acciones de menor alcance con un menor costo. Sin embargo, si se considera la relación costo-beneficio, seguramente los programas de largo alcance serán más productivos, ya que implican mejoras mucho más sólidas y duraderas en los participantes, además de que, adecuadamente diseñados, pueden operarse en un esquema de replicación en cascada, que vaya disminuyendo su costo y multiplicando sus beneficios.
Por supuesto, en este caso, como en el de las iniciativas internas de formación, no se trata de convencer a Rectoría de que repita así, sin más, el PAAS, sino de analizar, con base en una estructura similar, los ámbitos de formación que contribuyan a desarrollar en los profesores las competencias docentes más adecuadas para una docencia renovada que se ubique en el contexto de una realidad antropológica, social y cultural nueva y distinta, principio de adaptación y permanente actualización, implícito en el modelo educativo del Colegio.
Los retos a enfrentar
No podemos empeñarnos en mantener el funcionamiento de la escuela, su docencia particularmente, inalterable; no, si reconocemos que el mundo no se mantiene así, que los alumnos no son iguales y no aprenden de la misma manera.
Como bien señalan Tenti y Tedesco, en la actualidad el papel docente se ve afectado por un conjunto amplio de cambios sociales relacionados, entre otros aspectos, con las estructuras y organización de las familias, con el papel influyente que han adquirido los medios de comunicación y otras instituciones de socialización que progresivamente sustituyen a las tradicionales, así como con los modelos de autoridad, que “se traducen en nuevas tareas para la escuela y las consecuentes exigencias al docente”.
Si bien, una primera conclusión acerca de estas exigencias puede aparecer como una orientación a una mayor profesionalización de la docencia, la condición multifuncional que se demanda al docente termina en la dispersión de su actividad y la desviación del elemento central de su especialidad didáctica en relación con un campo específico de saber. No resultaría este retroceso, si la atención escolar de nuevos campos de acción fuera abordada por las instituciones mediante un esquema de división del trabajo que integrara especialistas para cubrir las nuevas funciones demandados a su labor. Las prácticas que se van institucionalizando, sin embargo, no parecen apuntar a este camino, sino más bien a asignar a los docentes nuevas responsabilidades, que se van sumando a las existentes y para las que, lo peor, no se les brinda en general la formación y capacitación requeridas para atenderlas adecuadamente. Ejemplo de ello es la cada vez más extendida labor de tutoría, con tintes de franca atención psicológica y seguimiento personal, que se les asigna como tarea adicional a la docencia como tal. En el Colegio, como de manera general en la Universidad, en los últimos años se ha establecido un conjunto de políticas en este sentido. Un caso paradigmático es el Programa de Tutorías, en el cual se ha concentrado el área complementaria de un amplio sector de la planta docente de carrera y cuya estructura de funcionamiento se basa en lo que se considera necesidades de seguimiento y atención de los alumnos. El Programa, sin embargo, no corresponde, al menos del todo, con el perfil de formación de los profesores, de quienes se demanda un conjunto de tareas, muchas de ellas de marcado carácter burocrático, que poco tienen que ver con su ámbito de formación y sus intereses y para las que no se les brinda una adecuada capacitación.
Al referirse a las innovaciones que en el campo de las tecnologías de la información y la comunicación se han producido y que mantienen un acelerado desarrollo, Tenti y Tedesco señalan que representan oportunidades relevantes para transformar los procesos educativos, así como para orientar a una creciente profesionalización la labor docente. Su aprovechamiento didáctico, en efecto, constituye un conjunto de recursos que pueden renovar los procesos de aprendizaje, de enseñanza y de funcionamiento de las escuelas, posibilitando el acceso a materiales de apoyo variados e ilimitados, complementando los contenidos y prácticas tradicionales, promoviendo el aprendizaje autodirigido, apoyando los procesos de gestión escolar, reduciendo el tiempo de dedicación a tareas de talacha, lo que puede abrir espacios más amplios para otras que exigen la interacción profesor-alumno y el trabajo colaborativo del grupo, entre otras muchas ventajas.
Excelente oportunidad para el Colegio representan estas demandas que, como anillo al dedo, se ajustan a la orientación y sentido de su modelo educativo y cuya urgencia de atención reafirma su vigencia y la necesidad de hacerlo efectivo en las prácticas diarias en los planteles. La oportunidad está presente, pero su realidad está sujeta a la aplicación de políticas institucionales bien estructuradas, a una bien diseñada mejoría de sus recursos y a acciones de formación de sus profesores eficientes, que los capaciten en el uso y aprovechamiento didáctico de los recursos.
Por lo que respecta al docente, las nuevas tecnologías lo obligan a replantearse su función y constituirse en un gestor y organizador de los procesos de aprendizaje. El rumbo correcto que debe tomar la transformación, no es el de la desaparición de la figura del docente, sino el de su creciente profesionalización, en un plano de reconocimiento de la relevancia de las tecnologías y de los procesos que, a partir de éstas, se generan en los distintos aspectos de la vida de sus alumnos, orientándolos a un uso óptimo, pertinente, responsable; integrándolas en su práctica docente y enseñando a los alumnos a aprovechar su potencial educativo y a asumir un papel activo en la generación de recursos a partir de éstas, es decir, a ser no sólo receptores de la cultura digital, sino productores de ella. Se trata de un reto que no resulta fácil de afrontar, cuando el profesor, acostumbrado a ser el que sabe, se encuentra hoy en una situación en la que su autoridad pedagógica se ve constantemente en revisión a través de los otros agentes que intervienen en la formación de sus alumnos, quienes, además, nativos y portadores de una nueva cultura de acceso a la información y el conocimiento, así como de su transmisión y comunicación, parecen resistirse cada vez más a los esquemas formales del contexto escolar. Dicho sea de paso, no sin razón en muchos casos, en los que las sesiones de trabajo escolar se reducen a la presentación de contenidos, ya sea por parte del profesor o de algún compañero o equipo de ellos, los mismos contenidos que les son accesibles a unos toques de distancia a través de sus dispositivos tecnológicos y los que muy probablemente, a través de estos medios encontrarán mejor explicados, ilustrados y ejemplificados.
Se presenta así un agregado desafío para el trabajo docente, que debe reconocer el contexto cultural de sus alumnos y ser capaz de orientarlos en la necesaria conversión de sus esquemas culturales, para el desarrollo de los procesos de conocimiento formal. De los retos que enfrenta el docente, es quizá éste uno de los más difíciles de resolver y, al mismo tiempo, uno de los más importantes, pues exige de él el reconocimiento de los saberes de sus alumnos, adquiridos conforme códigos propios de una cultura distinta de la escolar; la capacidad de convencerlos de la pertinencia y necesidad del uso de otros códigos de acceso al conocimiento y la competencia de guiar la transposición entre unos y otros. Esta orientación exige que el trabajo en el aula sea plenamente el de un laboratorio o un taller, en el que la exposición ocupa un tiempo marginal y sólo como apoyo a un conjunto de estrategias que, mediante la participación activa de los alumnos, favorecen el aprendizaje, en el que el reconocimiento y acercamiento del profesor a los saberes informales de los alumnos es la base para orientarlos en tal transposición. ¿No nos recuerda todo esto al Colegio plasmado en su modelo educativo?
Si la docencia tiene que cambiar y adaptarse críticamente a estas nuevas circunstancias, si el reto es hacer más reales en nuestra práctica los principios de nuestro modelo educativo, si estamos claros de que muchos de nosotros no lo conocemos bien, nos cuesta trabajo comprenderlo en profundidad y menos aún estamos capacitados para llevarlo a la práctica en nuestras clases, instrumentar sus principios adaptando nuestras estrategias a nuevas condiciones, ajustarlas a cada grupo y situación que se presenta, la formación, sin duda, juega un papel protagónico en el proceso de cambio.Ì
Bibliografía
Tedesco, J.C. y Tenti F, E. (2002).Nuevos tiempos y nuevos docentes. Buenos Aires: IIPE.
Perrenaud. Ph. (2004) Desarrollar la práctica reflexiva en el oficio de enseñar. Barcelona: Grao.