Tu interés ya largamente acariciado por dar clases de matemáticas en el nivel medio superior, finalmente cristalizó. Has sido dado de alta como docente en el plantel que pediste. De entrada, lo que te ha colocado como profesor es la disciplina en la cual ya eres titulado y, hasta has aprobado el examen de conocimientos disciplinarios para dar clase en la materia que te asignaron.
Hemos de hablar con toda claridad de nuestra situación. Tú como yo, no estudiamos para dar clase; nuestro interés, conocimientos y la suerte nos colocaron aquí en el Colegio, como a la mayoría de nuestros compañeros. Una vez que ya hemos optado por la docencia, la formación que cada uno ha tenido hasta ahora, nos debe permitir seguir aprendiendo y recreando los conocimientos disciplinarios en función de lo que marca el programa de estudios, además de tener en mente los siguientes puntos: debemos conocer el perfil de los alumnos; debemos saber cómo aprenden los alumnos; internalizar cómo quiere el Colegio formar a sus alumnos; en nuestra vida diaria hacer el esfuerzo por leer diarios citables y revistas de divulgación y de ciencia, con la idea de buscar maneras de presentar los contenidos de manera interesante; acercarse a los líderes académicos de nuestra materia, y, si es posible, observar al menos algunas de sus clases.
Como individuos, bien podemos ver de manera negativa todo lo que nos rodea, pero te he de decir que, como profesores, no nos queda de otra que ser optimistas, tener gusto por nuestro trabajo, que no es una chamba más. Que hay materias, como la tuya, que pueden ser sabidas y merecen serlo; que los hombres podemos mejorar por medio del conocimiento; debemos estar convencidos de la capacidad innata de aprender y del deseo de saber que la anima; debemos tener claro que educar es creer en la perfectibilidad humana.
De manera concreta, nuestro trabajo se debe llevar a cabo en el marco de lo que se asienta en el plan de estudios y de manera específica del programa de estudio. Sin embargo, los problemas educativos que tenemos como sociedad no provienen solamente del hecho de que el acto educativo no pudiera cumplir con los objetivos que se plantean en el programa y en el plan de estudios, sino que en este momento estamos formando a alumnos para un futuro lleno de incertidumbre. Vivimos tiempos veloces e imprevisibles en los que los avances tecnológicos transforman todo de manera continua. Por ejemplo, si nos planteamos la pregunta: ¿Cuáles son las profesiones más importantes y lucrativas para dentro de 10 o 15 años?, cuando ya no sea tan lógico soñar con ser médico, abogado o ingeniero mecánico. No tenemos respuestas seguras, sólo estimaciones. Ante la imposibilidad de prever el futuro, lo que hacen algunos estudios prospectivos, es recrear escenarios con nombres exóticos.
En lo que algunos han llamado la era del conocimiento en la que estamos viviendo, una época donde el promedio de vida de las empresas líderes tecnológicas apenas llega a los 18 años, cuando en la década de los 50 del siglo XX era de alrededor de 65 años; lo más importante es presentar los conocimientos en el salón de clase en un entorno donde el alumno reflexione, aprenda a trabajar en equipo, sepa comunicar de manera escrita y verbal. En fin, se dice así de rápido, pero llevarlo a la práctica no es fácil. Sin embargo, debemos tener el interés, gusto y ánimo por hacer nuestro trabajo de la mejor manera posible.
Como docentes, nuestro trabajo no puede pasar por alto los diálogos polémicos y, si son polémicos, es porque tenemos algo que decir; de no ser así, procedería la copia y ser meramente aplicadores del programa de estudios.
Nosotros, como profesores, debemos tener claro que instruir y educar no se contraponen. Instruir o educar, en modo alguno son excluyentes. La instrucción bien puede describir y explicar hechos, en tanto que la educación pretende desarrollar capacidades y potenciar labores. Más aún, dar mayor peso a una en detrimento de la otra, o valorar un ámbito y desestimar el otro, son visiones notoriamente forzadas. En todo caso, instruir y educar responden a la necesidad de proporcionar a los jóvenes elementos que se consideren los más útiles para que se desarrollen como ciudadanos.
La visión que separa instruir y educar, suele sacar a la palestra aquella otra visión que dice que la que educa es principalmente la familia, cuando la evidencia empírica y las plumas más lúcidas nos dicen que es más fácil que en las familias se adoctrine.
Insistir en separar educación e instrucción es como si a un periodista le dijeran que habría que separar la información y su opinión, cuando, en todo caso, lo deseable sería que una opinión tuviera mayor crédito en la medida en que esté apoyada en mejor información.
Nada tenemos que ver con la formación moral impuesta, esto es, no me pueden obligar a considerar aceptable la homosexualidad, el matrimonio entre personas del mismo sexo, o el aborto, si mis creencias o mi razón otra cosa me dicen. Pero debo conocer y reconocer el valor moral de aceptar cívicamente a aquellas personas que no apruebo. Más todavía, debo comprender la valía ética de las formas instituidas que permiten el pluralismo de convicciones y actitudes dentro de un marco común de respeto a las personas.
No confundir, sin embargo, esta actitud racional y respetuosa con aquellas expresiones que plantean en pláticas informales y no tanto, la visión que dice algo así como: “Aquí se respetan las opiniones y puntos de vista de todo mundo, aunque sean notorias insensateces.” No por este camino, porque es una falacia. Más bien, se debe respetar a las personas como tales, pero las ideas, si uno tiene elementos y si la pertinencia lo justifica, se deben debatir.
Finalmente, cuando nuestro trabajo de docentes se convierte en una actividad vital para cada uno de nosotros, se forma un círculo virtuoso. El gusto y la pasión por nuestro trabajo, las altas expectativas que tenemos en los jóvenes, dan sentido a nuestro trabajo, dan sentido a nuestra vida.Ì