Las reflexiones y análisis en torno a los múltiples problemas actuales relacionados con la educación en todos sus niveles, deben considerar y no soslayar la situación económica y política del país. Sólo así se puede alcanzar un grado razonable de objetividad. En primer lugar, se ha de considerar de manera preferente cómo la realidad nacional impacta en las estructuras académicas y la labor de los profesores y estudiantes.
Especialmente, en lo que refiere a la Educación Media Superior, dado el rango de edad de los bachilleres, se requiere de mucha claridad en el estudio de las relaciones entre rendimiento escolar y condiciones sociales de vida de los alumnos y, desde luego, no cabe omitir la situación laboral de los profesores.
Es preciso establecer y valorar las formas como los educadores y los educandos reproducen en su diaria convivencia los problemas y los conflictos de la comunidad en que están inmersos y, a partir de ello, evaluar las posibles afectaciones de la circunstancia social al currículo escolar y sus resultados. Asimismo, es indispensable tomar en cuenta el acelerado desarrollo, los permanentes avances en ciencia y tecnología y la imparable globalización económica y cultural. Para el efecto, objetividad y precisión son determinantes, independientemente de que se requiera o no de otros recursos para realizar un examen aceptable.
Es importante, además, demandar que los diagnósticos del presente y del futuro de nuestras instituciones escolares no extrapolen la situación de otros países ni hagan comparaciones desproporcionadas. Los éxitos y los fracasos de proyectos educativos desarrollados en el extranjero, aunque ciertamente deben tomarse en cuenta, no pueden trasladarse mecánicamente y sin juicio crítico, a nuestra realidad. Innovar positivamente es adecuar proyectos a la propia circunstancia.
Se debe, entonces, contextualizar propuestas y proyectos en relación con el entorno propio: la realidad mexicana. Por ejemplo, es indispensable orientar y actualizar los planes y programas de estudio en función de la vida y necesidades sociales de los alumnos, lo que no implica desestimar logros científicos y valores universales, sino más bien acentúa la valoración del entorno y sus problemas específicos.
Un tema importante que, en el universo enorme de problemas educativos, nos permite ejemplificar lo dicho se refiere a los perfiles del estudiante contemporáneo.
Las vertiginosas transformaciones que hoy ocurren en la sociedad, han puesto a la orden del día la necesidad de revisar una y otra vez los rasgos que perfilan a los jóvenes. Se puede afirmar, razonablemente que, en el acelerado paso del tiempo, los cambios (en especial, los derivados de las nuevas tecnologías en todas las áreas, pero de modo destacado las que se refieren a la comunicación y a la información) inciden profundamente en la visión de vida y mundo que modela a nuestros jóvenes alumnos. Las innovaciones afectan su comportamiento e intereses.
Si bien, en gran medida, la juventud de todas las épocas mantiene rasgos comunes sólidamente arraigados, es evidente que nuevos factores modifican los perfiles de cada generación. Al tratar de redefinir a los nuevos adolescentes, resulta indispensable cavar en el análisis de los también nuevos y renovados problemas de índole social que los confunden, oprimen e influyen en ellos. En particular, las condiciones de violencia y enajenación que abaten al país, así como sus manifestaciones en los centros escolares, no pueden ser ignoradas ni minimizadas.
Estamos frente a lo que podemos denominar un nuevo adolescente. Un chamaco que, entre otras cosas, accede muy fácilmente a las novedades de la comunicación y del conocimiento (incluyendo, desde luego, el pseudo-conocimiento y la manipulación), aunque es preciso indagar hasta dónde los efectos benéficos de la tecnología son debidamente aprovechados y asimilados.
Al mismo tiempo los hechos violentos, que parecen multiplicarse sin final, hacen de la agresividad una compañía inevitable del desarrollo personal. Los jóvenes de hoy no son los mismos de ayer. Cambió y cambia el siglo; cambió y cambia el entorno.
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En un limitado asomo a algunas de las circunstancias que, según hemos mencionado, dominan el entorno juvenil en la segunda década del siglo que corre, podemos enumerar las siguientes:
· Existencia y expansión de mayores y mejores medios de comunicación y acceso cada vez más fácil a todo tipo de información, con la consecuente sencillez de introducirse a muy amplios espacios académicos, pero también con frecuencia a la muy abundante “basura virtual”.
· Incalculable influencia educativa de la televisión y de los medios computacionales (influencia formativa en sentido positivo y negativo).
· Disminución en el uso de fuentes impresas.
· Nuevos modos de enajenación, que derivan de videojuegos, Internet, teléfonos celulares, comunidades virtuales, redes sociales, etc.
· Expansión, diversificación y brutalidad de la delincuencia; cierta indiferencia, tolerancia y hasta complacencia ciudadana ante crueles expresiones de la misma.
· Propagación del consumo y del comercio semiclandestino de drogas y sustancias tóxicas, con el consiguiente aumento o mantenimiento de las adicciones y de la delincuencia que las acompaña.
· Frecuentes arrebatos de violencia en estadios deportivos, plazas públicas, manifestaciones en la calle, protestas y reuniones cívicas.
· Porrismo agresivo y bulling en las escuelas de los distintos niveles.
· Cambios numerosos, relevantes y polémicos en torno a las concepciones y prácticas de la sexualidad.
· Importantes avances, pero también retrocesos y estancamientos, en los procesos tendientes a lograr la equidad de género. Hoy, por ejemplo, en el bachillerato universitario hay más mujeres estudiantes que hombres y, además, con mayor índice de regularidad y mejor desempeño. Se aprecia en las jóvenes una mayor calidad en sus estudios.
· Modificaciones en la estructura del núcleo familiar y en la conceptuación de las relaciones familiares.
· Nueva condición laboral de muchas madres de familia (de ama de casa a trabajadora asalariada).
· Etc.
Este esbozo problemático lleva a cuestionar si, además de los cambios evidentes, realmente existe una crisis de valores, para que, en caso afirmativo, se examinen detenidamente sus manifestaciones y se actúe en consecuencia.
La situación sugiere la necesidad de avanzar en el seno de las instituciones escolares, en la instrumentación de relaciones más estrechas entre maestros y alumnos y de ambos con las propias autoridades escolares, lo que, por cierto, abre nuevas interrogantes acerca de cómo llevar a cabo una medida tan complicada como ésta que, de entrada, plantea la opción de involucrarse o no en determinados problemas particulares (familiares, personales e incluso laborales) de los alumnos, problemas cuya solución generalmente escapa a las posibilidades de atención personalizada de los profesores y de la escuela misma.
La labor de aprovechamiento y adaptación positiva a los avances tecnológicos debe, entre otros recursos, hacerse por la vía interdisciplinaria, ya que así se puede favorecer la vinculación de las áreas. La interdisciplina ha sido un propósito deseable no siempre logrado. Pero se debe insistir en la búsqueda de una educación integral de los alumnos que incluya, además de la formación en ciencias y humanidades, actividades deportivas, artísticas, educación ambiental, entre otras que suelen ocupar un lugar secundario en los planes educativos. Esta orientación, si bien no resolverá en definitiva la problemática de los jóvenes, difícil y diversa, sí podrá ayudar a disminuir tensiones y hasta ofrecer opciones de formación adicionadas a las que ofrecen los currículum vigentes. Ì